Reconciliación

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La reconciliación personal es un acto interno, unilateral, de conversión de imagenes del pasado.

La reconciliación social, al interior de una comunidad y de un pueblo, es asociada a la memoria. La experiencia de las "Comisiones Verdad y Reconciliación" de Africa del Sur es un buen modelo de referencia.

Materiales de profundizacion

Al interior del Humanismo Universalista se producieron varios materiales acerca del tema. Contamos en esta pagina recompilarlos.

Discurso de Silo en ocasion de los Días de Inspiración Espiritual en Punta de Vacas el 5 de Mayo de 2007

"Reflexiones sobre la Reconciliación personal y social" de Guillermo Sullings, Julio 2007

Introducción

Las siguientes consideraciones acerca del tema de la reconciliación, fueron inspiradas a partir de las palabras pronunciadas por Silo el 05/05/07 en Punta de Vacas. De ninguna manera pretenden ser una explicación sobre lo que allí se dijo, ni mucho menos. Se trata simplemente de algunas sencillas reflexiones personales sobre un tema que debiera cobrar especial importancia en el momento actual, tanto para los individuos como para las sociedades. Vivimos en un mundo signado por las guerras y por la violencia de todo tipo, y no pareciera que esto vaya a detenerse, sino que por el contrario aumenta día tras día. De nada sirven las formales invocaciones a la paz de los hipócritas, comprometidos con los intereses de quienes promueven las guerras. De nada sirven las expresiones de repudio a la violencia por parte de los farsantes temerosos, incapaces de ceder un ápice de sus mezquinos intereses generadores de violencia. Y de nada servirá todo intento que, aunque motivado desde buenas intenciones, no comience por tratar de comprender la raíz del fenómeno.

Por supuesto que tampoco se terminará con la guerra y la violencia, apelando a la misma violencia de las denominadas “guerras preventivas”, o mediante la represión social. Está suficientemente comprobado que ese tipo de respuestas, además de ser incoherentes, producen el efecto contrario. Debe quedar clara la responsabilidad de quienes gobiernan, en la gestación de todo tipo de violencia, bélica y social. Debe quedar clara la responsabilidad de ciertas organizaciones, que pretenden hacerse del poder a través de la violencia. Pero también debe quedar clara la responsabilidad de las poblaciones, que a menudo alimentan esa misma violencia. Son alimento para la violencia, el egoísmo y la indiferencia, el rencor y el resentimiento, el temor y la incomunicación, la intolerancia y la discriminación, la ambición y la injusticia. Tales lacras anidan en muchos seres humanos, provocando contradicción y violencia, y solamente se podrán desactivar comenzando a andar por el camino de la Reconciliación personal y social.

“Si es que buscamos la reconciliación sincera con nosotros mismos y con aquellos que nos han herido intensamente es porque queremos una transformación profunda de nuestra vida. Una transformación que nos saque del resentimiento en el que, en definitiva, nadie se reconcilia con nadie y ni siquiera consigo mismo. Cuando llegamos a comprender que en nuestro interior no habita un enemigo sino un ser lleno de esperanzas y fracasos, un ser en el que vemos en corta sucesión de imágenes, momentos hermosos de plenitud y momentos de frustración y resentimiento. Cuando llegamos a comprender que nuestro enemigo es un ser que también vivió con esperanzas y fracasos, un ser en el que hubo hermosos momentos de plenitud y momentos de frustración y resentimiento, estaremos poniendo una mirada humanizadora sobre la piel de la monstruosidad.”.

Silo, Punta de Vacas, 05/05/2007



El resentimiento

Seguramente que la riqueza de la Reconciliación nos permitiría avanzar sobre muchos de los aspectos negativos que han echado raíces en nuestro interior y en la sociedad; pero analizaremos en particular el aspecto del resentimiento, porque tiene una relación directa con gran parte de la contradicción y la violencia, y porque tal vez es una de las trampas de las que resulta más difícil escapar. Como dijimos anteriormente, analizaremos este tema en su manifestación individual y también en su manifestación colectiva.


Algunas referencias sobre el tema

Max Scheler, filósofo de la corriente fenomenológica, definía al resentimiento como una autointoxicación psíquica, surgida a partir de la represión de las descargas emocionales. Según este pensador, el resentimiento se iría incubando paulatinamente, y reviviría una y otra vez con su carga emocional de hostilidad hacia otros. Luego Scheler, en un intento de trasladar ese comportamiento individual resentido a los fenómenos sociales, comienza por establecer algunas categorías de tipos humanos, “el distinguido” y “el vulgar”, este último más propenso caer en el resentimiento. Luego analiza lo que considera desviaciones de la moral a partir del resentimiento. Desde esa óptica se descalifica a la moderna filantropía, ya que tendría su origen en el resentimiento, siendo por tanto la manifestación de un sentimiento de lástima y sensiblería, y no de un verdadero amor al prójimo. Así también en la moral de las sociedades, la sobreestimación del “mérito del propio esfuerzo”, por encima de los “dones o virtudes naturales”, tendría para Scheler su raíz en el resentimiento de quienes no poseen tales dones. Llega a afirmar que aquellos que no tienen virtudes, niegan por envidia los valores que otros tienen, y hasta sugiere que ciertas ideologías igualitaristas tendrían su raíz en el resentimiento. En esta interpretación social del resentimiento, Scheler se acerca más al análisis que hace Nietzsche, aunque a la vez toma distancia del mismo al reivindicar el origen de la moral cristiana, (a la que Nietzsche describe como producto del resentimiento en su “Genealogía de la moral”). Scheler adjudica también al resentimiento la degradación de los “valores objetivos”, los que se habrían ido sustituyendo poco a poco por la universalidad de la opinión, donde lo objetivo se reduce a lo que pueda ser demostrable ante el más precario entendimiento, (“para que algo se considere objetivo, debe poder entrar por los sentidos y el intelecto del último imbécil”. La desaparición de la solidaridad, transformando a la comunidad en un conjunto de individuos aislados, ligados solamente por los contratos de la sociedad democrática, también sería consecuencia de la moral del resentimiento.

Nietzsche, por su parte, es mucho más brutal descalificando los valores morales de la modernidad, los que para él comienzan a gestarse en el resentimiento de la cultura sacerdotal judía, y que luego continuarían con el cristianismo. Cuestiona la denominada “moral de la compasión”, y el reblandecimiento de los valores morales, como un freno para que la humanidad (o al menos algunos elegidos), alcancen su plena potencialidad y magnificencia. Desde esta óptica intenta rescatar los denominados “valores nobles” de las antiguas aristocracias, con el supuesto derecho natural para conquistar, depredar y avasallar a los más débiles, en una concepción crudamente darwiniana de la moral. Desde luego que no nos detendremos en este trabajo a analizar “La Genealogía de la moral”, sino tan solo en algunos de los aspectos referidos al resentimiento. Si logramos abstraernos del sesgo de intolerancia del autor, el que obviamente no compartimos, tal vez podamos de todos modos rescatar algunos conceptos, en lo que se refiere a la contaminación que puede producir el resentimiento en una sociedad.

Es evidente que en numerosos pasajes de su obra, Nietzsche se refiere a la moral que descalifica, como a una moral externa que distorsiona las verdaderas virtudes, y se va internalizando como un narcótico que termina apagando la vitalidad y la voluntad. El concepto de “bueno”, comienza a aplicarse, desde esa mirada externa, a lo que resulta bueno o útil para otros, es una bondad timorata, temerosa de la mirada externa, o del castigo divino. La felicidad para los “hombres nobles y activos”, formaba parte de su misma naturaleza activa; mientras que para los “hombres del resentimiento” sólo quedaba la “felicidad de los impotentes”, en forma de narcosis, aturdimiento, quietud y relajamiento. Se estaba diciendo entonces que el resentimiento, sería el factor que llevaría a la gente débil y mediocre a degradar todo lo que parezca superior, como una manera de conformarse con su propio estado.

Claro que en este caso Nietzsche, define la conducta reactiva del resentimiento por parte de “los débiles”, como una reacción frente a la superioridad de los “nobles”. Y si a tal concepción naturalista, le agregamos que considera a los débiles como los plebeyos, y algunas de las virtudes de los nobles serían su rapacidad y su codicia, (“el animal de rapiña, la magnífica bestia rubia”), entonces podríamos vernos tentados a descalificar de plano todo su análisis. Sin embargo, si nos planteáramos la posibilidad de la existencia de una verdadera moral interna, en lugar de las moralinas externas; y si el parámetro de comparación para cada ser humano no fueran los otros, sino con su propia posibilidad evolutiva. Tal vez entonces podríamos observar cómo la contaminación del resentimiento, puede frenar las más elevadas aspiraciones (que están potencialmente en todo ser humano), y lo que es peor, puede anestesiarlo y encerrarlo en la trampa del nihilismo y del sopor existencial. Otro concepto que plantea Nietzsche, con referencia al resentimiento, es el de la santificación de la venganza, dándole el nombre de justicia, “ ...este nuevo matiz de equidad científica a favor del odio, de la envidia, del despecho, de la sospecha, del rencor, de la venganza, brota del espíritu mismo del resentimiento...”. Desde luego que tampoco podemos coincidir aquí con el autor, cuando por momentos transforma su crítica de la justicia, en la reivindicación de la impunidad de los “depredadores”, para que no sean arteramente atrapados en las redes de “débiles corderos resentidos”. Sin embargo, cuando vemos que buena parte de lo que se llama justicia, no es más que una forma institucional de la venganza, que busca imponer un castigo proporcional al daño causado (“ojo por ojo, diente por diente”), encontramos allí los efectos del resentimiento. Cuando vemos a tantos pusilánimes apelando a la justicia, por temor a hablar con su vecino para resolver problemas insignificantes, no podemos dejar de detectar allí, señales del resentimiento. Cuando vemos como, a través de la historia, la “justicia” ha sido utilizada para otorgar poder a cobardes inquisidores de toda laya, que han canalizado su resentimiento contra quienes se atrevieron a volar con su pensamiento más alto que la mediocridad. Cuando vemos que los llevaron a la hoguera, o a la cárcel, o con sicólogos adaptadores, o al circo mediático de “formadores de opinión” auto-erigidos en jueces públicos, cada caso según la época y lugar, también entonces podemos ver cierta contaminación del resentimiento en la justicia. En definitiva, lo que Nietzsche llama “interiorización” del hombre, la inhibición de los instintos para poder adecuarse a la vida en sociedad, sería el origen de la “mala conciencia”, en la cual el resentimiento ocuparía un espacio fundamental.

Otros autores intentan definir al resentimiento y a clasificarlo por su origen. En general se coincide con que se trata de una reacción frustrada, que se instala en el siquismo como una emoción negativa y se conserva en el tiempo, mientras la persona lo cultiva y lo alimenta. Puede surgir por impotencia (al no poder dar respuesta ante la agresión externa), por envidia, o por frustración. También se habla de resentimientos de conjuntos sociales, que son transmitidos de generación en generación (entre naciones, etnias o razas, por ejemplo). Sin embargo, muchos de estos análisis resultan superficiales, y no profundizan, como lo hacen Scheler y Nietzsche, en la característica que tiene el resentimiento para instalarse y retroalimentarse, gracias a que se termina metamorfoseando en moral y así convirtiendo los frutos del resentimiento en valores respetables de la sociedad.

Sin embargo, más allá que, de acuerdo a lo planteado por ambos filósofos alemanes, la sociedad se terminara modelando a la medida de los resentidos, asegurando así la aceptación social de su conducta; cabría preguntarse por la tolerancia interna que requeriría tan nociva emoción. Porque si se trata de una intoxicación sicológica como dice Scheler, sería de suponer que el siquismo debiera reaccionar rechazándola, como lo haría el cuerpo ante aquello que le causa malestar. Tal vez habría que plantearse si este tipo de intoxicación, no tiene internamente también su parte dulce, que la vuelve apetecible y neutraliza el rechazo a su toxicidad.

Krishnamurti, cuando se refiere al odio y al resentimiento, hace notar que solamente podremos avanzar y superarnos cuando hay algo que nos perturba, porque precisamente, deseamos librarnos de aquello que nos perturba. Afirma que la mayoría de las personas desean no ser perturbadas, prefieren dormir, apaciguarse, aislarse, recluirse. Valora la perturbación como una voz de alerta que impide que nos durmamos y podamos superarnos. Cabría entonces preguntarse cómo es posible que alguien se adormezca a pesar de la perturbación del resentimiento, al punto tal de adoptarlo y alimentarlo, y sobre todo cabría preguntarse como salir de semejante trampa.


La trampa del resentimiento

Existen estados emocionales pasajeros y otros más duraderos. Por lo general, tanto la exaltada alegría al recibir una buena noticia, como el terrible pesar al recibir una muy mala, son emociones fuertes que se diluyen con cierta rapidez. Por el contrario, la nostalgia, la tristeza autocompasiva, el nihilismo y el resentimiento, pueden instalarse por períodos más prolongados, y a veces teñir toda nuestra conducta durante mucho tiempo, al punto tal de pasar a formar parte de nuestra personalidad. Hay entre estos últimos, algunos casos casi patológicos muy notorios, claramente observables; pero la mayoría, por ser más sutiles y generalizados, pasan a formar parte de las conductas socialmente aceptadas.

“Aquello que se perdió, y ya nunca volverá...”, pareciera justificar con lógica fatalista, la tristeza crónica de quien se empantana en ese sentimiento, tal vez en la búsqueda de la conmiseración de un interlocutor externo, real o imaginario.

“Aquello a lo que aspiraba y ya no podrá ser...”, inmutable realidad que pareciera justificar la desesperanza y el derrotismo.

“El mundo me ha endurecido, con tanta injusticia y sufrimiento...”, motivos más que suficientes para alimentar la llama del rencor, el prejuicio y el nihilismo.

Tomándonos la libertad de incluir bajo el término resentimiento, no solo al rencor, sino a todos estos sentimientos negativos que se instalan y se re-sienten permanentemente, podemos decir que, precisamente una de las puertas de la trampa del resentimiento, es la lógica aparente de lo que se siente, justificándolo por lo que ha ocurrido en el pasado. Desde luego que es una lógica con gran dosis de autoengaño.

Dario Ergas, humanista chileno, en su libro “El Sentido del Sinsentido”, refiriéndose a la lógica del resentimiento dice: “¡Qué real se nos aparece el resentimiento! ¡Qué lógica tan irrefutable justifica nuestro discurso! ¡Qué evidente es la injusticia cometida con nosotros, la violencia a que fuimos sometidos, el miserable engaño con el que se nos encantó! ¡La muerte nos sorprendió como accidente sin misericordia! ¡Cuánta lógica hay en ese razonamiento por el cual estamos resentidos! Es hasta correcto. Extraño sería lo contrario. Es evidente que se me perjudicó. Es evidente que eso condicionó mi vida. Ni siquiera he tomado venganza, o tal vez si…Hay un solo detalle. Sufro.”

Seguramente que es ese sufrimiento, (o la perturbación que mencionaba Krishnamurti), lo que debiera motivarnos a salir de ese estado. Pero no es tan sencillo al parecer. Porque cuando uno se quema con fuego, retira la mano y a futuro toma precauciones para no quemarse. Pero el resentimiento parece retenernos con un formidable magnetismo. Entonces, o bien estamos anestesiando ese sufrimiento por lo cual no se hace evidente, o bien lo sentimos pero no se lo adjudicamos al resentimiento. O tal vez ambas cosas.

Ya que pusimos el ejemplo del dolor corporal, donde el reflejo hace que nos alejemos de la fuente del dolor, también tenemos ejemplos donde no está tan clara la fuente del dolor, y por lo tanto no nos alejamos de ella, y hasta a veces nos acercamos más. Cuando ingerimos ciertos alimentos sabrosos en exceso, es obvio que no nos causan malestar en la boca ni en la lengua como para rechazarlos, sino todo lo contrario. Claro que luego como consecuencia nos puede doler la cabeza por una afección hepática; y ese dolor sí que lo queremos rechazar infructuosamente, tomándonos la cabeza o maldiciendo. Y hasta que un médico no nos explica la relación entre lo que comemos y el dolor de cabeza, seguramente que no podremos resolver el problema.

Algo parecido ocurre con el resentimiento, no siempre se nos evidencia que cierto tipo de sufrimiento tiene su raíz en él. Y peor aún si ese sufrimiento producido por el resentimiento, se va anestesiando y metamorfoseando con conductas compensatorias, en las que el resentido encuentra un modo de autoafirmarse en roles en los que se siente seguro de sí mismo y superior a los demás, y hasta se siente valorado en cierto entorno social adecuado a sus roles.

Algunos seres brutales, al resentirse, se autoafirman en la “guapeza” y ostentan la violencia física como un factor de prestigio. El débil resentido se autoafirma en sus “talentos” y degrada a los que “no están a su altura”, ejerciendo violencia sicológica. El frustrado resentido se autoafirma en su nihilismo, asumiendo que todo aquel que cree en algo es un ingenuo, y así en un mundo de idiotas, él se siente exitoso por contraste.

Desde luego que, tal como expresa Dario Ergas, “…ese malestar sufriente se anestesia, pero también se anestesia el futuro y la motivación de hacer en el mundo”. Y eso en algún momento puede provocar una crisis, y allí puede haber una oportunidad de cambio. Claro que para que exista esa posibilidad de cambio, habrá que comprender que la raíz de tal crisis está en el resentimiento, y a veces no es tan sencillo desmontar el andamiaje de las creencias. Como ya hemos visto, la trampa del resentimiento tiene una primer puerta que hay que atravesar para salir, que es la de la supuesta lógica entre “lo que los demás me hacen y lo que a mi me pasa”. Tal vez podríamos cuestionar la lógica del resentido, apelando a la inversa:

A quien justifica su odio porque todo el mundo está en su contra, habría que preguntarle si no será que desde la obnubilación de su odio, ve enemigos en todas partes.

A quien justifica su nihilismo porque nada termina bien, habría que preguntarle si no será que desde el pantano de su impotencia, solamente se ven los problemas y nunca las soluciones.

A quien discrimina a otros porque los considera inferiores, habría que preguntarle si no será que desde el pedestal de su soberbia, no puede ver más que defectos en los demás.

Sin embargo, aunque desarticuláramos la aparente y absurda lógica de quienes se aferran a tales estados resentidos, nos encontraríamos con una segunda puerta difícil de sortear, y es la de la adhesión a ese particular estado, el “gusto” por tal estado, como habíamos visto en el ejemplo que quienes se indigestaban con alimentos sabrosos. La única manera de salir es lograr experimentar que esta “intoxicación” que mencionaba Scheler, tiene olor, sabor y color de “sustancia tóxica”, para así poder rechazarla. Y para ello es necesario comprender que el veneno se vuelve contra uno mismo, y no contra ese enemigo internalizado. Porque en el resentido, hay cierto morboso placer en sentir que se daña a los supuestos culpables de sus frustraciones y pesares, al incubar resentimiento, sin darse cuenta que se trata de un boomerang arrojado al vacío.

El ácido del rencor no corroe a ese odiado enemigo, sino el interior de quien odia. El nihilismo apaga las esperanzas del escéptico, pero no detiene a los supuestos culpables de sus frustraciones. Se trata de comprender que el resentimiento es un acto de uno mismo contra uno mismo, que genera sufrimiento directo o indirecto.

Finalmente, aunque se evidencie la ilógica del resentimiento, y aunque se comprenda el sufrimiento interno que genera, todavía queda una tercera puerta en esta trampa del resentimiento, y es la falta de voluntad y de fortaleza interna para salir de allí.

Porque aunque se comprendiera que ya no existen verdaderas razones, ni motivaciones, para permanecer empantanado en esa trampa, si no hay una fuerte luz que nos atraiga al final del túnel, no habrá tampoco fuerzas para romper con el seductor magnetismo del abandono. Para los que tengan la resolución de salir de ese pantano, el resentimiento sólo será un escollo por sortear; pero para quienes desean permanecer allí, seguirá siendo el pretexto que justifica su abandono, culpando a los demás.

Inevitablemente la salida del resentimiento y la búsqueda de una transformación interna, dependen de la decisión de de cada uno. Pero a su vez, las decisiones que cada uno toma, distintas podrían ser si al menos por un instante, se pudiera experimentar que es posible vivir de otra manera. Felizmente en lo individual, no es tan difícil llegar a experimentar algunos momentos de plenitud, aunque sean breves; pero por lo general se los considera como meros paréntesis dentro del sufrimiento cotidiano. Quizás habría que plantearse que esos momentos excepcionales, no están ocultos en lugares inaccesibles, sino a la mano de cualquiera, en las vivencias cotidianas, en tanto y en cuanto se depure a las mismas de todo resentimiento. Del mismo modo las sociedades, cuando todo parece derrumbarse y sumergirse en el caos, para darse cuenta de que la salida de la crisis no es el suicidio colectivo, sino un salto cualitativo de la especie humana, a veces esas sociedades necesitan también una señal, una luz al final del túnel, y a veces necesitan recordar también, que en muchas civilizaciones ha habido momentos humanistas, momentos de convivencia y tolerancia.


Las consecuencias sociales del resentimiento

Está claro que el odio, el rencor, la discriminación, y el rechazo sistemático a cualquier esperanza de cambio, como productos del resentimiento, no solamente vuelven miserable la vida de quien lo padece, sino que también generan violencia a su alrededor. Pero, como decíamos anteriormente, no estamos hablando de particulares patologías extremas de individuos excepcionales, sino del resentimiento habitual y generalizado que contamina a gran parte de los seres humanos, en mayor o menor medida. Esta generalización precisamente, hace que a través de la intersubjetividad, se vaya convalidando la ilusión de que tal estado es lógico y justificado; “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Dada la generalización a nivel social de ese estado, en el que se deshumaniza a otros, la consecuencia directa es la violencia social de todo tipo y las escaladas bélicas en todo el mundo. El hecho de que la irracionalidad de las guerras se pretenda explicar con argumentos lógicos, y eso sea aceptado por muchos ciudadanos, es un indicador de la irracionalidad colectiva.

A esta altura cabría preguntarse si los “nobles depredadores” de Nietzsche, no serán los que nuevamente se están erigiendo en triunfadores, aprovechando el resentimiento de la “plebe”, y utilizándolos como carne de cañón para sus monstruosos objetivos. Y cabría preguntarse entonces si esta generalización del resentimiento, no implica en cierto modo el “comportamiento natural” de un precario estadio evolutivo. Claro que en ese caso no sería este lastimoso estado patrimonio de una clase social, ni de una raza, ni de una religión, sino de toda la especie humana, hoy por hoy sumergida en el individualismo, la incomunicación, la injusticia, y la violencia.

Porque está tomado por el resentimiento aquel que hace estallar un explosivo en un centro comercial, como también lo está quien invade otras naciones a sangre y fuego.

Porque está tomado por el resentimiento aquel que asalta y mata, como aquel que se manifiesta pidiendo la pena de muerte.

Y también están tomados por el resentimiento millones de egoístas, capaces de indignarse y reclamar justicia (para sí mismos) porque les rayaron el auto, o porque el perro del vecino dejó sus heces en la vereda; mientras miran por TV sin inmutarse, las noticias sobre matanzas y miserias en todo el mundo. Porque el resentimiento es uno de los factores que va anestesiando la sensibilidad por lo humano, y va haciendo que cada cual se encierre en sus mezquinos intereses personales. Y si alguna vez alguien pretendiera cuestionar tal actitud egoísta, se encontraría con argumentos resentidos que intentarían justificarla.

Esa imposibilidad de ver al mundo y a las demás personas de un modo nuevo. Esa imposibilidad de poder ver en otros la misma humanidad sensible con la que alguna vez se ha visto a algún ser querido. Esa negación del futuro fundamentada en experiencias mal grabadas del pasado, mucho tiene que ver con lo tóxico del resentimiento.

Pero si al menos alguna vez se ha logrado sentir lo humano en otros, aunque esa experiencia haya sido sepultada por la memoria resentida, es posible que a través de la Reconciliación, pueda emerger un ser maravilloso, que busca superarse.

Y si alguna vez, al menos por un día, los conjuntos humanos se sintieran como lo que son, hermanos que tripulan hacia el futuro en este remoto planeta, podría hacerse evidente que esa es la verdadera realidad, y el que resto solo ha sido una pesadilla.


La Reconciliación

Algunas referencias

Al igual que con el resentimiento, son varias las interpretaciones que se hacen sobre la reconciliación. Sin embargo, en el caso del resentimiento, las variantes estaban más bien referidas a la amplitud del término, ya que para algunos era simplemente un sinónimo de rencor, o deseo de venganza reprimido, mientras que para otros era un sentimiento más generalizado que sobrepasaba la subjetividad, para convertirse en fenómeno social. En estas reflexiones que estamos haciendo, adoptamos este último criterio más amplio.

En el caso de la reconciliación, nos encontramos con puntos de vista muy diferentes. Hay quienes hablan de la reconciliación de cada uno con uno mismo o ante Dios, hay quienes hablan de la reconciliación como sinónimo de perdón a quien nos ha ofendido, y hay quienes hablan de la reconciliación como actitud recíproca entre enemigos para volver a convivir pacíficamente.

En la religión católica, existe el denominado “Sacramento de la Reconciliación”, que consiste en la posibilidad de que sean perdonados los pecados de cada cual, a través de la potestad de Jesucristo, transmitida a los apóstoles y de allí a los sacerdotes. Los pasos de esta reconciliación implican: un examen de conciencia, sentir dolor por los pecados cometidos, proponerse la enmienda de los mismos, confesarlos ante un sacerdote, y finalmente cumplir la penitencia que este imponga.

Desde luego que esta “intermediación” sacerdotal para obtener el perdón de Dios por los pecados cometidos, se ha prestado durante siglos a todo tipo de situaciones pintorescas. Una de ellas era la posibilidad de otorgar indulgencias por parte de la Iglesia, a cambio de aportes económicos de los pecadores. Ya en el siglo XVI, Lutero fue uno de los principales enemigos de esta práctica comercial: “Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando” (tesis 27). Lutero proponía que mucho mejor era destinar el dinero a obras de caridad, antes que comprar indulgencias, y a la vez afirmaba que la verdadera contrición buscaba la pena y no la indulgencia.

Dejando de lado las superficiales e ingenuas prácticas en las que pudo haber derivado este concepto de la reconciliación, lo que podemos ver es que de todos modos, en su concepción básica, condiciona esta reconciliación interna, a un gesto de arrepentimiento ante un juez externo (el intermediario sacerdotal o directamente la propia imagen de Dios), y al cumplimiento de una posterior pena. Este mecanismo de compensaciones ha derivado en todo tipo de flagelaciones para quienes creían que el sufrimiento era una vía de contacto con lo divino, y en todo tipo de hipocresías para quienes sólo rendían cuentas a Dios por sus acciones, o les bastaba con pagar la multa a los intermediarios.


Desde luego que para los humanistas, nada tiene que ver la verdadera reconciliación, con el sentimiento de culpa, el castigo, o el temor a Dios. Y mucho menos con las hipócritas justificaciones de quienes violentan a otros sistemáticamente, y de tanto en tanto se toman un descanso, para negociar con Dios o sus intermediaros, una indulgencia que les otorgue “nuevos créditos” para seguir violentando.


“Reconciliar en uno mismo es proponerse no pasar por el mismo camino dos veces, sino disponerse a reparar doblemente los daños producidos” Silo, Punta de Vacas, 05/05/2007.


La verdadera reconciliación interna, con relación al daño ocasionado a otros, no puede limitarse a supuestas penas compensatorias pactadas con determinada divinidad (o sus representantes), ni a un sospechoso arrepentimiento, más preocupado del temor a Dios que por el daño ocasionado al prójimo. Debe implicar necesariamente la comprensión de la humanidad del otro. Desde esa mirada humanizadora es que surgirá la necesidad de una acción coherente que tienda a reparar el daño ocasionado.


Hay quienes, a diferencia de los ejemplos mencionados antes, no se refieren al tema desde el punto de vista de la reconciliación con los propios errores, sino más bien con respecto a los daños que otros nos han ocasionado. En muchos casos se mezclan los conceptos de reconciliación con los del perdón, y casi siempre se asume que, para que haya reconciliación, esta debe ser recíproca entre las partes enemistadas. En el caso de reconciliación entre conjuntos humanos, se suele condicionar la misma al gesto de buena voluntad por parte del otro bando, o a acciones de los gobiernos que tiendan a reestablecer condiciones de convivencia para ambas partes.

Desde luego que los temas más tratados, al referirse al rol de la reconciliación, son las situaciones de conflicto generadas por guerras entre naciones, guerras civiles, violaciones de derechos humanos y violencia social en general.

En un seminario internacional, realizado en junio de 2007 en Bolivia, sobre el papel de los parlamentos para promover la reconciliación, la diputada boliviana del MAS Elizabeth Salguero Carrillo, decía “...si bien las maneras de promover la reconciliación son diferentes en cada país, tienen en común que no implican perdonar ni mucho menos olvidar. Se trata de analizar e investigar que hay en el fondo, por qué se dieron estas represiones, cuáles son las verdaderas causas de la pobreza y la injusticia. Además, en el camino de la democracia se debe reconocer la diversidad incluyente y equitativa...”; “....No es posible pensar en la reconciliación, si los que han violado los derechos humanos ni siquiera han sido juzgados...”. Por su parte Agustín Morán (Le Heine), comenta en un trabajo sobre la reconciliación: “La fuerza de la reconciliación no sólo procede de la memoria, la voluntad sincera de paz de los contendientes y la generosidad de todas las víctimas. Procede, sobre todo, del reestablecimiento de los derechos y de la justicia, cuya vulneración generó el conflicto y su cadena de violencia. La reconciliación, tras el reestablecimiento de la justicia, será recíproca o no será.”

A su vez, en Bogotá, en la Universidad de Los Andes, se efectuó un estudio de las situaciones post conflicto, dentro de la misma Colombia, y también en El Salvador, Argentina y Sudáfrica. Entre algunas de las conclusiones podemos citar las siguientes: “El perdón es una de las posibles respuestas de la víctima frente al daño sufrido. Es un proceso psicológico intrapersonal que, como tal, no equivale a condonar la pena por el crimen –esta decisión es eminentemente jurídica y establecida por los gobiernos-. Para perdonar, la víctima debe estar dispuesta y no ser forzada a hacerlo, conocer la verdad sobre lo ocurrido y sentir que, de alguna manera, se ha hecho justicia y no se van a repetir los hechos. Perdonar es más que aceptar, tolerar o excusar de forma incondicional una injusticia perpetrada”.

Y retomando lo que se dice sobre la reconciliación dentro de la Iglesia Católica, pero no ya refiriéndose a la reconciliación interna ante Dios, sino entre conjuntos humanos, encontramos las más diversas versiones, como versiones hay del cristianismo. A modo de ejemplo podemos referirnos por una parte a la de un teólogo de la liberación, como Jon Sobrino, y por otra parte a la de uno de sus mayores críticos, Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI).

Jon Sobrino, refiriéndose en particular a la situación de El Salvador, país en el que sobrevivió a la matanza de un grupo de jesuitas durante la guerra civil, afirma que el camino de la reconciliación requiere de tres pasos: verdad, justicia y perdón. Con respecto a la dificultad para llegar a la verdad, denuncia las obstrucciones que surgen a partir de los intereses de los victimarios, la oligarquía y los medios de comunicación, quienes pretenden que solamente haya olvido y perdón. Con respecto a la justicia, dice que se debe defender la vida del pobre, que se debe tomar partido por ellos; no se trataría entonces de una descomprometida imparcialidad entre los bandos, sino que implicaría una parcialidad a favor del oprimido. Con respecto al perdón, lo plantea como un “olvido de uno mismo”, como un modo de evitar el egocentrismo que hace que cada cual se preocupe solamente de sus propios derechos; el perdón implicaría en este caso, ceder en cierto modo un derecho.

Por su parte Ratzinger, quien critica a Sobrino, entre otras cosas, por presentar un perfil demasiado humano de Jesucristo, ha utilizado la palabra reconciliación en infinidad de oportunidades. Ya en el papado de Juan Pablo II, cuando Ratzinger estaba a cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nombre moderno del Santo Oficio, o Inquisición), promovía el diálogo entre las cúpulas religiosas, primero con los protestantes del cristianismo, y luego con los judíos; y más recientemente, luego de algunos “desaciertos diplomáticos”, se ha intentado el acercamiento con las cúpulas del Islam. Se supondría que a través de esta tarea diplomática, se podría lograr la reconciliación de al menos la mitad de la humanidad, abarcada por las tres religiones monoteístas que descienden del patriarca Abraham. Y como correlato a esta reconciliación cupular-religiosa, sobrevendría por añadidura la reconciliación en todos los otros campos.

Por otra parte, en los documentos de “Memoria y Reconciliación”, confeccionados en ocasión del Jubileo del año 2000, por la Comisión Teológica que presidía Ratzinger, se pretende pedir perdón por las atrocidades cometidas en el pasado por la Iglesia (Inquisición, evangelización durante la conquista de América, etc.). En estos documentos plagados de eufemismos, se definen tales atrocidades como “la utilización de medios dudosos para conseguir fines buenos”. Es evidente que este es un modo meramente formal de abordar la reconciliación. Desde luego que el tratamiento superficial y descomprometido del tema de la reconciliación, también forma parte de la diplomacia hipócrita de los políticos de esta época, que mientras avasallan la vida y los derechos de las poblaciones en todo el mundo, hacen continuos y fervorosos llamados por la paz y la justicia.

Pareciera ser que algunos, tanto en lo personal como en lo social, entienden la reconciliación como una suerte de “borrón y cuenta nueva”, que les permite pasar varias veces por el mismo camino.


“Nada bueno se logra personal o socialmente con el olvido o el perdón. ¡Ni olvido ni perdón! Porque la mente debe quedar fresca y atenta sin disimulos ni falsificaciones....”

“...No seremos nosotros quienes juzgaremos los errores propios o ajenos, para eso estará la retribución humana y la justicia humana y será la altura de los tiempos la que ejercerá su dominio, porque yo no quiero juzgarme ni juzgar...quiero comprender en profundidad para limpiar mi mente de todo resentimiento.” Silo, Punta de Vacas, 05/05/2007.


Coincidimos con quienes afirman que la reconciliación requiere de una buena memoria de lo que ha ocurrido, y no admite ni la falsificación, ni el olvido. Pero hay un punto en el que pocas veces se coincide, y es el de no condicionar la propia predisposición a la reconciliación, a las acciones del otro en igual sentido. Este planteo unilateral, o no-recíproco de la reconciliación, como lo formula Silo, no es el que acostumbramos a escuchar por parte de quienes seguramente tienen buenas razones para sentirse dañados. Tal vez porque no se alcanza a comprender, que una cosa es reclamar justicia, reclamar la verdad, y trabajar por ellas, y otra cosa es conservar dentro el veneno del resentimiento.


El enfoque adecuado de la Reconciliación

Un error muy común, en quienes se resisten a buscar una reconciliación interna con respecto a situaciones en las que se les ha provocado algún daño, es el de creer que tal reconciliación sería una suerte de favor o concesión hacia alguien que no merece tal gesto, es decir la persona que causó el daño. Es como si se tratara de un enemigo interno, a quien hemos condenado a resentimiento perpetuo, y no cabe amnistía alguna por la magnitud de su crimen. Aquí hay un doble error. En primer lugar, no se trata de que no se aplique la justicia humana (si el daño fuera tal que amerite su intervención); y si se tratase de una ofensa personal, tampoco se trata necesariamente de que nos amiguemos con quien nos ofendió o humilló (podría ser que sí, o podría ser que no, pero no es el punto, pues hasta podría tratarse de alguien a quien ya no volveremos a ver). Hay que comprender que la reconciliación es un acto de transformación interna. Otro error es creer que si mantenemos y alimentamos nuestro resentimiento, infringiremos su merecido castigo a quien nos ofendió, cuando en realidad nos estaremos castigando nosotros mismos al envenenarnos por dentro.


La reconciliación no implica olvidar el pasado, sino evitar que el pasado se nos imponga como si fuera el presente, oscureciendo y condicionando el futuro.

Es sobre todo un acto positivo hacia uno mismo, más allá de que pueda también tener consecuencias en otros.

El resentido que busca reconciliarse, no debiera plantearse si ese acto significa “amigarse con”, sino que significa “curarse de”.


Si efectivamente ese enemigo que nos produjo un daño alguna vez, hubiese querido perjudicarnos a perpetuidad, ¡Gran éxito ha tenido en su cometido, al habernos inyectado el virus del resentimiento, con el cual nos auto-flagelaremos durante el resto de nuestros días!

Esos enemigos, aunque tengan su existencia real como personas, en algún tiempo y espacio, en lo cotidiano tienen una existencia ilusoria en nuestra mente y corazón resentidos. Si tales enemigos internos pudieran tener voz propia, (en lugar de sonar como un disco rayado en el escenario interno, cual marionetas de nuestro rencor), seguramente sonreirían triunfantes al vernos hundidos en el resentimiento.

¿Vamos a darles el gusto de vernos rendidos, o nos pondremos de pie con el antídoto de la reconciliación?

Seguramente que elegiremos ponernos de pie. Solo que probablemente, a medida que comencemos a reconciliarnos, nuestros terribles enemigos internos no se arrodillarán para pedirnos perdón como sería nuestro deseo, sino que comenzarán a esfumarse y desvanecerse como las sombras ante la luz. Y las personas reales, representadas por nuestros fantasmas internos del resentimiento, continuarán haciendo su vida, con sus propios fracasos, y sus propias ilusiones, mientras nosotros emprendemos con frescura una vida nueva. Desde luego que también ellos podrían reconciliarse con sus propias acciones y sus propios rencores, pero ese ya es asunto suyo, y no somos responsables de ello.

Ahora bien, que se esfumen los fantasmas internos asociados a hechos del pasado, no significa que borremos de nuestra memoria lo ocurrido, sino que ubiquemos cada recuerdo en su sitio, y que enriquezcamos nuestra memoria con una información más completa y equilibrada. Porque si bien en principio, esas cosas tan terribles que me han hecho existieron, tal vez no han sido tantas las veces que me han ocurrido. ¿Cuántos minutos en mi vida me han hecho daño y cuántos minutos de mi vida me han tratado bien, o al menos neutramente? ¿Por qué quedó vibrando solamente la campana negativa? ¿Y cuántas veces he sentido que me han defraudado, solo porque no han satisfecho mis expectativas?¿Y cuántas veces me he sentido ofendido, sólo porque no supieron de mi particular susceptibilidad sobre ciertos temas? ¿Y cuántas veces he causado yo a otros, daños equivalentes?.

Por otra parte, esas personas que me causaron daño ¿Son seres malignos que se dedican a causar daño las 24 horas del día? ¿O acaso son seres con debilidades y fortalezas, con frustraciones y resentimientos, con temores y susceptibilidades, con afectos y rencores, como yo, como otros? Reconciliar no significa olvidar, significa recordar mejor, pero recordar todo. Porque quienes tienen una visión negativa del mundo y de su vida, si realmente pusieran en los platillos de la balanza de los hechos concretos, sus desventuras y sus gratificaciones, tal vez se llevarían la sorpresa de que lo que ha hecho inclinar la balanza hacia lo negativo, ha sido el tremendo sobrepeso del resentimiento.

Reconciliar no significa cerrar los ojos para no ver lo negativo del presente, sino que significa abrirlos más, para ver también lo positivo, y no teñir la realidad con los prejuicios. Significa reencontrar el sabor de cada pequeña vivencia cotidiana y poder disfrutarla, quitándole el amargo condimento con el que la impregnó un resentimiento difuso y generalizado.

Reconciliar no significa tener una mirada ingenua acerca del futuro, significa simplemente reconocer que aún no lo conocemos porque no llegó, y es tan posible que arribe con vivencias negativas como positivas. Y significa comprender que, predisponerse a que el futuro sea negativo, solo logrará amargarnos el presente, mientras que predisponerse a que sea positivo nos hará sentir como un niño en vísperas de su cumpleaños, en el que disfrutará con sus nuevos juguetes.


El enfoque en la reconciliación social

Ya hemos visto hasta qué punto la sumatoria de los comportamientos resentidos individuales, puede teñir el comportamiento de una sociedad, potenciando el rencor, la discriminación, el individualismo, la indiferencia y la violencia de todo tipo. Sin embargo, no podríamos pretender que una sociedad cambie, esperando que cada uno de los individuos que la componen se reconcilie y desintoxique, como si se tratara de una terapia individual.

Desde luego que, más allá de lo que pase en una sociedad, cada cual se debiera hacer cargo de sus propios resentimientos, y realizar su propio esfuerzo de reconciliación para disminuir la contradicción y el sufrimiento. Pero también será necesario realizar este esfuerzo a nivel social, si queremos terminar con el círculo vicioso de la violencia, y para ello será necesario convertir la reconciliación en un nuevo paradigma colectivo.

Por una parte, si se quisiera alentar una campaña que promueva la reconciliación individual, (así como se promueve “la vida sana” o “el comportamiento solidario”), no se debiera caer en la inocua retórica de la moral externa, sino que habría que buscar la comprensión cabal del fenómeno, para que cada cual pueda ubicar la necesidad de reconciliación en el plano profundo de su sentido de vida, y no en la exterioridad de “parecer bueno para la mirada de otros”. Si esto se lograra, aunque estaríamos hablando de cambios de comportamiento individual, seguramente comenzaría a haber consecuencias a nivel social, al irse rompiendo algunos eslabones en la cadena de violencia y fragmentación.

Por otra parte, si se quisiera promover la reconciliación entre sectores sociales, etnias, razas o naciones, seguramente que no bastará con estériles (y a veces hipócritas), llamados a la reconciliación y la paz, por parte de las cúpulas políticas o religiosas, sino que habrá que trabajar arduamente en desmontar el andamiaje en el que se sustenta el resentimiento colectivo. El resentimiento colectivo no es la mera sumatoria de resentimientos individuales, sino que tiene que ver con sistemas de valores sociales instalados como verdad absoluta, tiene que ver con la memoria colectiva, y tiene que ver con la visión del mundo colectiva.

Una sociedad que promueve el individualismo y la competencia salvaje, en la cual el que llega primero es el gran ganador, y el que llega segundo es el primer fracasado, predispone a ver al prójimo como un rival, y a veces como un enemigo. Sentirse un perdedor (porque los valores sociales así lo señalan), potencia el resentimiento y la frustración. Y si bien es claro que cada cual debe hacerse cargo de lo que siente, y no hacer responsables a los demás, es evidente que la dificultad es mayor cuando los paradigmas sociales bombardean permanentemente en sentido contrario.

Una sociedad que fomenta el consumismo y el prestigio del ascenso social, no solamente tiene nefastas consecuencias sobre la inequidad distributiva de la riqueza (otro factor que alimenta el resentimiento), sino que también segmenta y divide culturalmente, generando discriminación en ambos sentidos. Cuando millones de personas son bombardeadas por la publicidad de una tarjeta de crédito, mostrando bellos y bellas que disfrutan de una playa tropical, un lujoso automóvil y un hotel de cinco estrellas. Cuando eso ocurre, no solamente hay algunos miles de imbéciles que gastan fortunas para que su vida se parezca a esa publicidad; también hay otros miles endeudándose y trabajando de sol a sol para reunir el dinero que les permita “ser especiales por unos días”, para luego poder mostrarse en un video, para la envidia de sus amistades. Y también hay millones de frustrados, que se van resintiendo y acomplejando, por no poder cumplir un deseo creado por la publicidad.

Hay numerosos gobiernos que, mientras millones de personas mueren por falta de atención médica, se han preocupado solamente por legislar para que las propagandas de las tabacaleras incluyan la aclaración de que el tabaco es perjudicial para la salud. Pero ya que han incursionado en la regulación de las propagandas nocivas, habría que preguntarse si no deberían entonces obligar a que las publicidades consumistas de todo tipo, incluyan la siguiente aclaración: “la exacerbación del deseo incrementa la estupidez de quien lo persigue, y el resentimiento y la frustración de quien se resigna a no poder cumplirlo”.

Decíamos antes que, además del sistema de valores que habría que desmontar, también se debiera revisar la conformación de la memoria colectiva. Existen muchos prejuicios y resentimientos que se van transmitiendo generacionalmente contra determinado pueblo, etnia, raza, o clase social, y que pretenden justificarse en conflictos del pasado, mediato o inmediato. Un funcionamiento similar al que vimos cuando analizamos el resentimiento individual, sólo que en este caso colectivo, se trata de una memoria social, que se transmite en forma verbal o escrita, o a través de los medios de comunicación. En este caso los resentimientos individuales se canalizan sobre un chivo expiatorio, se retroalimentan socialmente, y se convalidan por una supuesta “lógica objetiva” que supone que la memoria de todos es memoria verdadera. Hay innumerables casos en los que este tipo de resentimiento social ha sido cultivado y exacerbado por líderes sociales, religiosos o políticos, que llevaron a la guerra a sus pueblos, usándolos como carne de cañón para sus intereses. Pero también los pueblos son responsables por dejarse caer en el resentimiento y la violencia.

Al igual que en el caso del resentimiento individual, no se trata de adulterar la memoria, acerca de los hechos concretos que han provocado fricciones y conflicto entre los bandos. Se trata de completar y equilibrar la memoria, quitándole el sesgo resentido, empezando a conocer integralmente al “bando opuesto”, en sus aspiraciones, sus virtudes, sus frustraciones y sus resentimientos. Se trata de poner en contexto los conflictos del pasado, conocer también los errores y debilidades del “propio bando”, profundizar en la memoria, superando la simplificación dada por los prejuicios y las consignas.

Y como ya hemos visto, no se trata ni de olvido ni de perdón, ni se trata de ver como bueno lo que fue malo. Se trata de curarse del resentimiento, porque un pueblo resentido es un pueblo enfermo, y la locura colectiva siempre lleva a la catástrofe y al sufrimiento.

Ha sido un uso común, y una política de estado por parte de muchos gobiernos, el difundir una versión sesgada de la historia, como un modo de fomentar el nacionalismo. No solamente se han colocado en un pedestal inmaculado a los propios próceres, no solamente se han mitificado las propias epopeyas al mejor estilo hollywoodense, sino que también se ha demonizado a los rivales, como un modo de cohesionar al pueblo. No han encontrado nada mejor que tener un enemigo común para unir a una nación. Estamos hablando de la “historia oficial”, la que llega a la mayoría, la que se machaca permanentemente. Desde luego que siempre puede haber revisionismo histórico (cuando no persiguen al historiador revisionista por traidor a la patria), pero muchas veces tal revisionismo se ha dedicado más a desmitificar a los propios héroes, que a reivindicar a supuestos villanos ajenos. A veces los resultados de tal revisionismo, han quedado relegados a la penumbra de las versiones apócrifas, porque la censura les cerró el camino hacia la difusión masiva y la educación oficial, y otras veces los revisionistas han sido descalificados justamente, por querer transmitir versiones manipuladas de la historia, aunque en el sentido contrario de las versiones oficiales.

Así como decíamos antes que la “lógica del resentimiento” en el individuo, consistía en una pretendida justificación en base a experiencias reales, pero que tendenciosamente se cerraba a otros datos y otras experiencias de la realidad. Así también pasa a menudo con la historia. Las crónicas sobre hechos reales ubicados en sucesión de fechas, al igual que las estadísticas, suelen usarse para inducir a conclusiones falsas basadas en medias verdades. Tal como menciona Silo, en “Discusiones Historiológicas”, desde Herodoto en adelante, los historiadores han hilvanado los hechos históricos con el interés de resaltar lo que más se acomodara a sus intenciones, que eran previas a la búsqueda, selección y organización de la información obtenida.

Desde luego que el desarrollo de una verdadera ciencia, como la Historiología a la que Silo se refiere en la mencionada obra, requeriría de un arduo trabajo que contemple, además de la información de los hechos, la subjetividad del historiador y de los lectores, condicionados a su vez por el enfoque de la época desde la que se observa al pasado. Pero más allá del tiempo y del trabajo que tal tarea pudiera llevar, al menos se podría comenzar a trabajar para lograr una visión reconciliadora de los hechos históricos. Un verdadero compromiso de los gobiernos hacia la reconciliación y la paz mundiales, debiera incluir una revisión de las versiones parciales y tendenciosas de la historia, y el compromiso de educar al pueblo en base a la verdad completa y contextualizada. Y tal compromiso se logrará cuando los pueblos comiencen a exigir a sus gobiernos que los eduquen con la verdad, y dejen de contarle fábulas y culebrones.

Cuando algunos pueblos se cansen de sufrir por la intoxicación de su propio resentimiento, se podrá poner en marcha la “rebelión de los sabios ignorantes”, los que aún sin saber toda la verdad, sabrán que se les está mintiendo, y no querrán seguir siendo manipulados. Pero para ello será necesario que los pueblos comiencen a rechazar sus propios sentimientos negativos, como quien rechaza una sustancia tóxica.

Habíamos dicho anteriormente que entre los factores que potenciaban el resentimiento social, estaban los sistemas de valores individualistas, la memoria colectiva parcializada, y la visión colectiva del mundo. Desde luego que el punto mencionado anteriormente, referido a la memoria colectiva, siempre ha influido fuertemente en la visión del mundo, sobre todo hasta antes del desarrollo de los medios masivos de comunicación. Para muchas personas su visión del mundo, se limitaba a lo que veían diariamente en su aldea, y a lo sumo al anecdotario de algún viajero; y con respecto a hechos del pasado, su visión estaba basada en relatos de los mayores, leyendas, mitos y la narración confusa de algunos hechos históricos. Pero en la época actual, la mayor parte de la información que recibe la gente a diario, proviene de los medios de comunicación.

Desde luego que cada individuo sigue teniendo sus experiencias personales, que pueden ir un poco más allá de su ciudad, en la medida que haya podido viajar. Desde luego que cada individuo sigue siendo educado acerca de la historia (aunque sesgada y restringida), olvidándose luego de buena parte. Pero cada individuo hoy, más allá de sus experiencias personales, más allá de su limitada visión de la historia, hoy se siente relacionado con todo el mundo, a través de los medios de comunicación.

Hoy en día la visión colectiva del mundo está totalmente influenciada por los medios de comunicación. Lo que las cámaras de TV enfocan, existe; el resto, sencillamente no existe. Lo que los medios dicen que ocurrió, ocurrió, y del modo en que lo muestran; el resto de los hechos, nunca ocurrieron, o no son relevantes.

La desaparición de una criatura puede conmocionarnos…si los medios de comunicación instalan el tema, de lo contrario sólo conmocionará a sus familiares.

Un crimen que toma estado público puede provocar multitudinarias marchas de repudio…si los medios instalan el tema, de lo contrario sólo será un capítulo más de la crónica policial.


Un ejército invasor puede verse como una horda de salvajes asesinos, o como un grupo de valientes héroes cinematográficos, según como quieran los medios presentar el tema.

Desde luego que cuando hablamos de lo que pueden hacer los medios con la cabeza de la gente y su visión del mundo, no estamos hablando de los medios en sí mismos, sino de los poderes que los manejan: el poder político y el poder económico. Es curioso observar aquellos países en los que el poder económico y el poder político no coinciden, porque las versiones de la realidad que presentan los medios que responden al gobierno, son totalmente diferentes a las que presentan los medios que responden al poder económico. No solamente porque varía la versión de los mismos hechos, sino que también se enfocan hechos diferentes. Y como muchos partidarios del gobierno miran solamente los medios oficiales, y los opositores solamente los medios privados, cada bando parece vivir un país diferente, potenciando la esquizofrenia y el resentimiento.

Es evidente que en la actualidad, mucho del resentimiento social y colectivo, tiene que ver con lo que se transmite y se resalta en los medios de comunicación. Como así también es evidente que si se pusiera la intención de reconciliar a las sociedades y a los pueblos, los medios de comunicación masivos podrían convertirse en una formidable herramienta para la paz.

Es sumamente importante el rol que cumple la industria del cine, en la formación de la visión colectiva del mundo; no en vano el maccarthismo en USA dedicó buena parte de sus esfuerzos para controlar la ideología de Hollywood. El espectador asume como ficticios los guiones y los personajes, pero su memoria absorbe como verdaderos ciertos valores, contextos, ambientaciones y clasificaciones de bandos buenos y malos. Los apuestos e inteligentes héroes siempre representan al “bando bueno”; tanto ellos como sus aliados, son presentados en su dimensión humana, (quieren a su familia, son amigos leales, tienen buen humor, y hasta salvan la vida de perros vagabundos), y por lo tanto sus vidas son muy valiosas. Los del “bando malo”, en cambio, además de feos, estúpidos y con pésima puntería en los enfrentamientos armados, son presentados como simples máquinas, como una suerte de androides, capaces de caer muertos por docenas, sin que el espectador se conmueva, porque sus vidas no son tan valiosas como las del “bando bueno” Ellos no tienen familia, ni amigos, ni perros que los quieran. Estos seres “infrahumanos” de las películas, a veces fueron indios, a veces fueron alemanes o japoneses, luego soviéticos y vietnamitas y más recientemente musulmanes. Y todo este modo de lavar el cerebro, aunque parezca demasiado grotesco, con la mayoría de la población funciona.

Cuando en la vida real, mueren personas del “bando bueno” o de “etnias respetables”, aparecen fotos de los familiares llorando, y todo tipo de imágenes y comentarios que buscan peraltar el valor de la vida de tales personas. Son muertes de alto impacto. Pero cuando mueren cientos de miles hambreados en África, o masacrados en Medio Oriente, sólo se trata de un número. Y nadie se sorprende de este modo diferente de presentar las cosas, porque Hollywood ya hizo su parte.

Cuando en la vida real, un presidente del “bando bueno”, envía sus tropas a invadir otros países, masacrando a otros pueblos, cuenta con el apoyo de una parte del pueblo, que ve en su ejército a una heroica vanguardia libertadora, propia de una epopeya cinematográfica. Y también cuenta con la indiferencia de muchos otros, que no evalúan como un hecho tan grave el genocidio de seres tan anónimos y tan lejanos. Hollywood, y los medios de comunicación, han hecho su parte.

Mucho tienen que ver los medios de comunicación masiva, en la formación de una visión colectiva del mundo resentida y discriminadora. Como también tienen influencia en todos los aspectos de la subjetividad humana. Pero en el caso que estamos analizando, lo relacionado al resentimiento y la reconciliación, será necesario que las poblaciones poco a poco se vayan dando cuenta de buena parte de la intoxicación llega por vía mediática, y comiencen a hacer el vacío a los hipnotizadores. Y será necesario que algún día, a través de la presión de las poblaciones, se comience a neutralizar el control que tienen sobre los medios de comunicación, tanto el poder económico en muchos casos, como los gobernantes en otros, para ponerlos al servicio de la humanización y la reconciliación social, y no al servicio de la fragmentación, el individualismo, y la intolerancia.


Cómo empezar el proceso reconciliatorio

Tanto en lo individual como en lo social, se estará en condiciones de comenzar a reconciliarse, cuando se caiga en cuenta del sufrimiento que genera la intoxicación del resentimiento, y la larga cadena de violencia y contradicción que provoca. Desde luego que esta caída en cuenta no se dará desde aletargamiento del nihilismo, ni desde la ceguera del odio, sino en la convulsionada crisis que sobrevendrá, ante la falta de sentido y de futuro individual y social. Una crisis que ya ha comenzado y se seguirá profundizando.

Sin la fuerza que nace de una gran necesidad de cambio, como consecuencia de una crisis, no se podrá comenzar el camino de la reconciliación. Posiblemente muchas personas, que han sentido los efectos de su propia crisis personal, puedan individualmente comenzar a transitar ese camino, pero no será un fenómeno social hasta la caída en cuenta de los grandes conjuntos humanos.

Sin embargo, cuando la crisis de las poblaciones avance, para que en medio del caos se logre vislumbrar como posible salida, el camino de la reconciliación, será necesario que esté bien señalizado. Será necesario que desde ahora, todos los que comprendan esta necesidad, comiencen a trabajar para marcar el acceso a ese camino.

En lo individual, cada cual tendrá que comenzar a reconciliarse con aquellas experiencias del pasado en las que se ha sentido agraviado, traicionado o violentado, o en las que se ha sentido frustrado en sus expectativas. Pero no será suficiente con eso, porque como ya dijimos, el resentimiento es un tóxico que contamina todo, y si bien se pueden encontrar sus raíces en determinados hechos del pasado, suele ocurrir que luego se hayan ido tiñendo con el mismo color, toda una cadena de experiencias, hasta configurar una visión resentida del mundo y de la vida. Será menester entonces, además de cerrar las hendijas por donde se colaron los oscuros vientos del resentimiento, quitar el polvo a cada una de nuestras vivencias que fueron opacadas por su influjo. Luego de ello, poco a poco, cada pequeña vivencia pasada y presente, volverá a cobrar el brillo propio, y nuestro futuro volverá a ser luminoso.

En lo social, habrá que comprender hasta que punto el resentimiento nos arrincona y nos envuelve en una cadena de violencia. Habrá que comprender que no existen pueblos amigos y pueblos enemigos, razas superiores y razas inferiores, naciones justicieras y naciones villanas. No existen grupos sociales respetables y grupos sociales detestables, culturas admirables y culturas denigrables. En todo caso lo que existen son actos humanos unitivos y actos humanos contradictorios, actos solidarios y actos mezquinos, comportamientos sublimes y comportamientos perversos.

Habrá que comprender, no solamente que la violencia engendra violencia, sino que además, la pasividad de quienes dicen no ser agresivos, puede transformarse en la hipócrita complicidad de quienes dejan el trabajo sucio a otros, o en la mezquina indiferencia del individualismo. Habrá que comprender que solamente el camino de la No-Violencia Activa, nos permitirá acabar con la violencia en el mundo. Y a partir de esa comprensión habrá que comenzar a exigir a los gobiernos que hagan lo que tienen que hacer para iniciar el camino de la reconciliación.


Que se inicie el desarme nuclear total, por parte de todas las naciones que poseen ese tipo de armas.

Que las tropas invasoras se retiren de inmediato de los territorios invadidos, y que se reparen doblemente los daños humanos ocasionados.

Que se reduzcan aceleradamente los presupuestos bélicos, y que se destinen esos recursos para resolver las situaciones de extrema pobreza en el mundo.

Que deponga su accionar el terrorismo y quienes lo fomentan o protegen.

Que se retome la instancia del diálogo, para resolver los conflictos entre naciones, o entre facciones de un mismo país.


Seguramente que muchos ciudadanos no se decidirán a exigir a sus gobernantes aquello que íntimamente consideran utópico. Pensarán que es más realista presionar a los gobernantes solamente cuando les aumentan los combustibles o los impuestos. Pensarán que “hacer lo correcto”, es apoyar alguna ONG que deriva algunos centavos para salvar la vida de algunos desnutridos, mientras sus gobiernos gastan fortunas en armamentos que arrasan con millones de vidas. Otros pensarán simplemente que este mundo es para unos pocos, que así han sido y serán siempre las cosas, aunque no nos guste.


¡Pues tenemos para los ciudadanos, una noticia mala y otra buena!


La mala noticia es que deberán asumir la responsabilidad de la violencia en el mundo.

Y es una mala noticia, porque a partir de ahora no podrán culpar solamente a los poderosos del sufrimiento propio y ajeno.

La buena noticia es que deberán asumir la responsabilidad de la violencia en el mundo.

Y es una buena noticia, porque a partir de ahora estará en sus manos terminar con la violencia.


Y para terminar con la violencia, deberemos empezar a transitar el camino de la reconciliación, a partir de una necesidad de un profundo cambio en nuestras vidas.

Tal vez la misma necesidad que algún día impulsó al primer homínido a ponerse de pie y poder mirar al cielo, para que luego se pusieran de pie algunos otros, y luego todos.

Tal vez la misma necesidad que algún día hizo que el primer hombre le perdiera el temor al fuego, para que luego perdieran el temor otros, y luego todos, hasta llegar a dominarlo.

Tal vez esa misma necesidad aún vive en el ser humano de hoy, que se debate en las redes de la contradicción, atrapado en el pantano del resentimiento y la violencia. Y tal vez pronto, subiendo trabajosamente por los peldaños de la reconciliación, comiencen a emerger algunos, y luego muchos, y finalmente todos, en un nuevo salto cualitativo que nos saque de la prehistoria humana.