Diferencia entre revisiones de «Principio de acumulación de las acciones»
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Revisión actual - 13:38 3 may 2018
“Los actos contradictorios o unitivos se acumulan en ti.
Si repites tus actos de unidad interna, ya nada podrá detenerte”.
Último de los doce Principios de Acción Válida.
Anterior Principio de negación de los opuestos
Explicación
Aquí se quiere decir que todo acto que se realiza queda grabado en la memoria y desde allí influye en las otras vías. Por tanto, la repetición de actos que dan unidad interna o que generan contradicción, van formando una conducta que condiciona a las acciones posteriores en alguno de los dos sentidos. Repetir los actos de unidad interna, significa ejercitar los Principios en la vida diaria. También se da a entender que no se trata de la repetición de un acto (o de un Principio aislado), sino de un conjunto de actos de unidad interna.
Sin duda que al ejercitar todos los Principios, nos encontramos con una disciplina integral, capaz de ir transformando nuestra condición sufriente en una nueva forma de vida de creciente unidad interna y, por tanto, de creciente felicidad.
A veces, sumando actos contradictorios, se construye la vida de una persona o de un conjunto humano. También sucede que pueden aparecer muchos resultados exitosos durante un tiempo, pero antes o después se producirá la catástrofe porque la base de toda esa vida es falsa. Mucha gente ve solamente las anécdotas exitosas, pero no alcanza a comprender el proceso de esa vida y, sobre todo, su absurdo final.
Desarrollemos una leyenda que nos ilustre sobre la acumulación de actos contradictorios:
Leyenda
Un príncipe orgulloso decidió construir una enorme torre que llegara a lo alto de los cielos. Para ello reunió a un tercio de sus hombres y les encomendó el trabajo. A excepción de los sabios, la población se había corrompido como su príncipe. Era aquel reino, rapaz de sus vecinos y vanidoso de las riquezas.
Pasaron los años y la construcción fue subiendo hasta las nubes. Pero a medida que se elevaba, los problemas crecían. Las fuerzas del reino cada vez más, debían adquirir nuevos recursos y animales y esclavos. Entonces, el tercio inicial seguía trabajando en la torre, pero luego hubo que sumar otro tercio a la guerra y un tercio aún al transporte, equipo, administración y artesanía. Continuaron pasando los años y todo se seguía agregando. Como el esfuerzo se suma al esfuerzo, las piedras se suma- ron a las piedras.
Y la torre seguía llevándose hacia las alturas toda la riqueza, todo el poder, todo el sufrimiento. Era como cuando los mares evaporan sus aguas y éstas suben, pero la tierra aumenta en su tristeza porque el agua no vuelve a ella; porque no llueve, porque hay sequía. Entonces, los sabios explicaron al príncipe las consecuencias que debían sobrevenir del monstruoso proyecto, pero fueron silenciados... Así, al crecer la torre, creció también la soberbia del soberano y de los súbditos, hasta que éstos dijeron: “Esta torre que servirá para respeto y sumisión de todas las naciones, requiere que sus constructores estén a la altura de tanto mérito. Por lo tanto, las órdenes de los ingenieros, de los arquitectos, de los maestros talladores y de los que dirigen el izado, deben ser dadas según jerarquía y desde la altura de la torre que corresponda a su dignidad”. Ocurrió entonces que todos quisieron dirigir desde el último tramo de la rampa, pero tan lejos estaban de la tierra que, al gritar a los de abajo, éstos entendían mal. Para peores, las órdenes de unos se oponían a las órdenes de otros. Así fue como unos subían argamasa a donde debían llegar las palancas y otros reparaban herramientas sin que hubiera quien las llevara. Por fin, la construcción empezó a hacerse irregular; las cuerdas se cortaban en las salientes y caían poleas y cestos. En algunos lugares sobró liga y en otros faltó y ya al final del caos, la torre fue suma de error sobre error, inclinándose peligrosamente.
Tal fue la locura de los constructores que, al seguir cargando de ese modo la obra, ésta falló en sus cimientos y se derrumbó, arrastrando con ella a sus directores desde lo alto de los cielos a lo más bajo de la tierra.
Entonces, los sabios se reunieron y dijeron: “Aprovechemos el material para algo útil. Dispongamos todo para que vuelva algún beneficio a nuestro pueblo”.
Y así sucedió que las aguas fueron apresadas y llevadas a lejanos lugares de cultivo, las viviendas de la población afirmadas, y las murallas extendidas para la defensa y no para el ataque. Todo se sumó para beneficio del pueblo y el pueblo trabajó viviendo en paz consigo mismo y en amistad con sus vecinos.
Bibliografía
El Libro de La Comunidad Edición 2010
La Mirada Interna, Silo 1972
Ilustración: Rafael Edwards