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Revisión actual - 11:00 28 dic 2020
Discurso de Silo en Moscú, octubre de 1993
"La distinción que me otorgara la Academia de Ciencias de Rusia en la sesión del Consejo Científico del Instituto de América Latina, realizada el 21 de Setiembre pasado, fué para mí de enorme importancia. Pocos días después de recibida la noticia me encuentro aquí para agradecer este reconocimiento y para reflexionar en torno al diálogo sostenido a lo largo de varios años con los académicos de diversos institutos de vuestro país. Este intercambio, efectuado a través del contacto personal, a través de la correspondencia y a través del libro, ha puesto de relieve la posibilidad de establecer ciertas bases de ideas compartidas siempre que, como en este caso, el diálogo sea riguroso y desprejuiciado. Por contraste, quisiera extenderme sobre algunas dificultades que entorpecen la fluidez del diálogo en general y que, muy frecuentemente, lo llevan a un callejón sin salida.
Acabo de mencionar la palabra "diálogo" casi en el sentido griego del διαλογοσ y del posterior dialogus, que recoge la misma idea y que siempre implica la alternancia en la plática entre personas que manifiestan sus ideas o afectos. Pero el diálogo, aún cumpliendo con todos los requerimientos formales, a veces fracasa sin que se llegue a la comprensión cabal de aquello que se considera. La forma filosófica y científica del pensar, a diferencia de la forma dogmática, es esencialmente dialógica y muestra una estrecha relación con aquella estructura diléctica que ya nos presentara Platón como herramienta de aproximación a la verdad. Estudiosos contemporáneos han vuelto nuevamente a reflexionar sobre la naturaleza del diálogo sobre todo a partir de la Fenomenología y de la formulación del "problema del Otro" cuyo representante más conspicuo es Martin Buber. Ya Collingwood había puesto de relive que un problema no se resuelve si no se entiende y no se entiende si no se sabe que clase de cuestión plantea. Pregunta y respuesta transcurren dentro del diálogo hermenéutico pero toda respuesta no cierra el círculo sino que se abre a nuevos interrogantes que, a su vez, exigen reformulaciones.
La tesis que hoy defiendo puede plantearse así: No existe diálogo completo si no se considera a los elementos pre-dialogales en los que se basa la necesidad de dicho diálogo. Para ilustrar lo enunciado me permitiré ir a ciertos ejemplos cotidianos que me involucran personalmente.
Cuando se me pide que explique mi pensamiento en una conferencia, un escrito, o una declaración periodística, tengo la sensación de que tanto las palabras que uso como el hilo de discurso que desarrollo pueden ser entendidas sin dificultad pero que no aciertan a "conectar" con muchos oyentes, lectores o gente de Prensa. Esas personas no están en peores condiciones de comprensión general que muchas otras con las que mi discurso "conecta". Naturalmente, no me estoy refiriendo al desacuerdo que puede haber entre las propuestas que formulo y las objeciones de la otra parte; esa situación se me aparece como de perfecta conexión. Aún, en una disputa acalorada compruebo ese contacto. No, se trata de algo más general, de algo que tiene que ver con las condiciones del diálogo mismo (entendiendo a mi exposición como un diálogo con otra parte que acepta, o rechaza, o duda de mis aserciones). La sensación de no-conexión surge con fuerza al advertir que lo explicado ha sido comprendido y que, sin embargo, se vuelve a preguntar lo mismo, o se insiste en puntos que no se derivan de lo expuesto. Es como si una cierta vaguedad, un cierto desinterés, acompañara a la comprensión de lo planteado; como si el interés se radicara más allá (o más acá) de lo que se enuncia. Aquí podemos tomar al diálogo como una relación de reflexión o discusión entre personas, entre partes. Sin abundar en rigorismos, conviene acordar ciertas condiciones para que exista esa relación o para que se siga razonablemente una exposición. Así, para que un diálogo sea coherente es necesario que las partes: 1.- coincidan respecto al tema fijado; 2.- ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3.- posean una definición común de los términos decisivos usados.
Si decimos que las partes deben coincidir en la fijación del tema, estamos aludiendo a una relación en la que cada cual tiene en cuenta el discurso del otro. Por lo demás, la fijación de un tema no quiere decir que éste no admita transformación o cambio a lo largo de su desarrollo, pero en todos los casos cada una de las partes debe saber minimamente de qué está hablando la otra.
Al decir, en la siguiente condición, que debe existir una ponderación o grado de importancia parecido, no estamos considerando una coincidencia estricta sino una cuantificación aceptable de la importancia que el tema tiene, porque si éste recibe una poderación de primer orden para una de las partes y para la otra es trivial, podrá haber acuerdo sobre el objeto tratado pero no sobre el interés o función con que cumple el conjunto del discurso.
Finalmente, si los términos decisivos tienen definiciones distintas para las partes, se puede llegar a alterar el objeto del diálogo y con ello el tema tratado.
Si las tres condiciones anotadas son satisfechas se podrá avanzar y se podrá estar en acuerdo o desacuerdo razonable con la serie de argumentos que se expongan. Pero existen numerosos factores que impiden el cumplimiento de las condiciones del diálogo. Me limitaré a tomar en cuenta algunos factores pre-dialogales que afectan a la condición de poderación de un tema dado.
Para que exista un enunciado es necesario que haya una intención previa que permita elegir los términos y la relación entre ellos. No basta conque enuncie: "Ningún hombre es inmortal", o "Todos los conejos son hervíboros", para dar a entender de qué tema estoy hablando. La intención previa al discurso pone el ámbito, pone el universo en el que se plantean las proposiciones. Tal universo, no es genéticamente lógico; tiene que ver con estructuras pré-lógicas, pre-dialogales. Otro tanto vale para quien recibe el enunciado. Es necesario que el universo de discurso coincida entre quien enuncia y quien recibe la enunciación. De otro modo puede hablarse de no-coincidencia del discurso.
Hasta hace poco tiempo se pensaba que del juego de las premisas derivaba la conclusión. Así, si se decía: "Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre; luego Sócrates es mortal", se suponía que la conclusión derivaba de los términos anteriores, cuando en realidad quien organizaba los enunciados ya tenía en mente la conclusión. Había pues una intención lanzada hacia cierto resultado y eso permitía, a su vez, escojer enunciados y términos. No ocurre algo diferente en el lenguaje cotidiano, y aún en Ciencia el discurrir va en dirección a un objetivo previamente planteado como hipótesis. Ahora bien, cuando se establece un diálogo cada una de las partes puede tener intenciones diferentes y apuntar a objetivos distintos y, por sobre todo, cada cual tendrá sobre el tema mismo una apreciación global en torno a su importancia. Pero esa "importancia" no está puesta por el tema sino por un conjunto de creencias, valoraciones e intereses previos. Abstractamente, dos personas podrían ponerse de acuerdo al fijar el tema del "sentido de la vida", como de suma importancia y, sin embargo, una de las partes estar convencida que el tratamiento de tal materia es de escasa practicidad, que no resolverá nada y que, por último, no es de urgencia cotidiana. Que el interlocutor escéptico siga los desarrollos de la otra parte, o que participe activamente en el diálogo queda explicado por otros factores pero no por el tema cuya sustancialidad ha descalificado previamente. De esta suerte, los elementos pre-dialogales ponen no solamente el universo que pondera el tema sino las intenciones que están más allá (o más acá) del mismo. Desde luego que los elementos pre-dialogales son pre-lógicos y actúan dentro del horizonte e pocal, social, que los individuos frecuentemente toman como producto de sus personales experiencias y observaciones. Y ésta es una barrera que no se puede franquear facilmente hasta tanto cambie la sensibilidad epocal, el momento histórico en el que se vive. Es, precisamente por ésto, que numerosos aportes hechos en el campo de la ciencia y en otras regiones de las actividades humanas, han sido aceptados con total evidencia solo en momentos posteriores, pero hasta tanto se llegara a ese punto los promotores de tales ideas y actividad es se encontraron con un vacío dialogal y muy a menudo con una barrera de hostilidad erigida ante la sola posibilidad de discutir publicamente los nuevos puntos de vista. Pasada la turbulencia inicial y habiendo accedido al escenario histórico una o varias nuevas generaciones, la importancia de aquellos aportes a nticipados se hace común a todos y todos coinciden en el asombro de que dichos aportes hayan sido negados o minimizados anteriormente.
De manera que cuando expongo mi pensamiento (no coincidente con ciertas creencias, valoraciones e intereses del universo epocal), comprendo esa desconexión con muchos de mis interlocutores con los que en abstracto parecería estar todo en perfecto acuerdo. En mi tarea de difundir el Humanismo encuentro frecuentemente las dificultades comentadas. Si se explica la concepción del Humanismo contemporáneo y se hace claramente, no por ello resultará una conexión adecuada con muchos interlocutores porque aún quedan rémoras y creencias de etapas anteriores que ponen como tema de importancia otras cuestiones por encima del ser humano. Desde luego, mucha gente dirá que es "humanista" porque la palabra "humanismo" puede resultar decorativa, pero es claro que aún no existe un genuino interés por entender las razones ni las propuestas de esta corriente de pensamiento y de es ta práctica social. Si se supone que la organización de ideas en sistema es una ideología y la moda dicta el fin de las ideologías, está claro que no se tenderá a considerar las formulaciones sistemáticas del Humanismo. Se preferirá, contradictoriamente, respuestas coyunturales a problemas que son globales y toda respuesta sistemática aparecerá como una generalización excesiva. Ocurriendo, en esta época de mundialización, que los problemas fundamentales que vivimos son estructurales y son globales tales dificultades no serán aprehendidas de ese modo y se habrá de encarar un conjunto de respuestas desestructuradas que por su misma naturaleza llevarán a complicar más las cosas en una reacción en cadena sin control. Por supuesto que esto ocurre porque los intereses económicos de los círculos privilegiados manejan al mundo, pero la visión de esa minoría privilegiada ha hecho carne aún en las capas más perjudicadas de la sociedad. De esta suerte, es patético escuchar en el discurso del ciudadano medio los acordes que antes percibiéramos en los representantes de las minorías dominantes a través de los medios de difusión. Y esto seguirá así y no será posible un diálogo profundo ni una acción concertada globalmente hasta que fracasen los intentos puntuales de resolver la crisis progresiva desencadenada en el mundo. En el momento actual se cree que no debe discutirse la globalidad del sistema económico y político vigente, ya que éste es perfectible. Opuestamente, para nosotros, este sistema no es perfectible ni puede ser gradualmente reformado, ni las soluciones desestructuradas de coyuntura producirán una creciente recomposición. Esas dos posturas enfrentadas podrán establecer su diálogo pero los pre-dialogales que actúan en uno y otro caso son inconciliables como sistemas de creencias y como sensibilidad. Unicamente con un creciente fracaso de las soluciones puntuales se arribará a otro horizonte del preguntar y a una con dición adecuada de diálogo. En ese momento, las nuevas ideas comenzarán a ser gradualmente reconocidas y los sectores cada vez más deseperanzados empezarán a movilizarse. Hoy mismo, aún cuando se pretenda que hay que mejorar algunos aspectos del sistema actual, la sensación que se generaliza en las poblaciones es la de que a futuro las cosas habrán de empeorar. Y esa difusa sensación no está revelando un simple apocalipsismo de fin de siglo sino un malestar difuso y generalizado que naciendo de las entrañas de las mayorías sin voz, va llegando a todas las capas sociales. Entre tanto, se sigue contradictoriamente afirmando que el sistema es coyunturalmente perfectible.
El diálogo, factor decisivo en la construcción humana no queda reducido a los rigores de la lógica o de la lingüística. El diálogo es algo vivo en el que el intercambio de ideas, afectos y experiencias está teñido por la irracionalidad de la existencia. Esta vida humana con sus creencias, temores y esperanzas, odios, ambiciones e ideales de época, es la que pone la base de todo diálogo. Cuando dijimos que "No existe diálogo completo si no se considera a los elementos pre-dialogales en los que se basa la necesidad de dicho diálogo"estábamos atendiendo a las consecuencias prácticas de tal formulación. No habrá diálogo cabal sobre las cuestiones de fondo de la civilización actual hasta tanto empiece a descreerse socialmente de tanta ilusión alimentada por los espejuelos del sistema actual. Entre tanto, el diálogo seguirá siendo insustancial y sin conexión con las motivaciones profundas de la sociedad.
Cuando la Academia me hizo llegar su reconocimiento, comprendí que en algunas latitudes ha comenzado a moverse algo nuevo, algo que comenzando en diálogo de especialistas estará luego ocupando la plaza pública.
Mi agradecimiento a esta magna institución, a todos vosotros, y mi deseo fervoroso de que el diálogo fructífero se profundice y extienda más allá del claustro académico.
- Moscú 07/10/93.
Fuente Silo.net