Diferencia entre revisiones de «Humanizar la Tierra»
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Archivo:Humanizar Leon Alado CAT.JPG|Una de las últimas ediciones a cargo de Ediciones León Alado (2013). Versión en catalán. | Archivo:Humanizar Leon Alado CAT.JPG|Una de las últimas ediciones a cargo de Ediciones León Alado (2013). Versión en catalán. | ||
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Revisión del 14:59 23 oct 2015
Libro de Silo incluido en el volumén I de las Obras Completas terminado de escribir en 1988.
(En este vídeo se puede ver y escuchar al autor en la presentación de Humanizar la Tierra que hizo en Argentina el 13 de noviembre de 1989.)
Explicación
Humanizar la Tierra es un conjunto de tres escritos que tienen en común el estilo de la prosa poética, el giro apelativo y la fragmentación paragráfica. El primero de ellos, La Mirada Interna, quedó concluida en 1972 y fue corregida en 1988. El segundo, El Paisaje Interno, se terminó en 1981 sufriendo posteriores modificaciones en 1988. Finalmente, El Paisaje Humano, se redactó en 1988. Entre la primera publicación de La mirada interna y su corrección pasaron dieciséis años. En ese lapso el libro circuló en numerosas lenguas de Oriente y Occidente motivando el contacto personal y epistolar del autor con lectores de distintas latitudes. Ese hecho seguramente contribuyó a decidir la modificación de varios capítulos del escrito porque se advirtió que los diferentes sustratos culturales a los que arribaba la obra producían innumerables diferencias en la interpretación de los textos. Incluso, hubo palabras que presentaron serias dificultades a la hora de la traducción y que más bien equivocaron el sentido primigenio con el que se las utilizara. Lo dicho más arriba también vale para El paisaje interno aunque en este caso mediaron siete años entre la producción original y la elaboración del texto modificado. Formó parte del plan del autor realizar la actualización de los dos primeros libros a fin de ensamblarlos con el tercero. Obsérvese que en el mismo año se efectuaron las correcciones de los dos primeros libros y la redacción final del tercero. Y es que El paisaje humano, si bien mantiene los rasgos fundamentales del estilo de las dos producciones anteriores, a diferencia de ellas destaca particularidades del mundo cultural y social forzando un giro en el tratamiento de los temas que, inevitablemente, arrastra a todos los componentes de ese cuerpo literario.
En cuanto al contenido podemos decir que La mirada interna trata sobre el sentido de la vida. El tópico principal sobre el que discurre es el estado psicológico de contradicción. Allí se aclara que el registro que se tiene de la contradicción es el sufrimiento y que la superación del sufrimiento mental es posible en la medida en que se oriente la propia vida, hacia acciones no contradictorias en general y, en particular, hacia acciones no contradictorias en relación con otras personas. El paisaje interno estudia el sinsentido de la vida con referencia a la lucha contra el nihilismo en el interior de cada ser humano y en la vida social, exhortando a que esta vida se convierta en actividad y militancia al servicio de la humanización del mundo. El paisaje humano trata de fundamentar la acción en el mundo reorientando significados e interpretaciones sobre valores e instituciones que parecían indiscutibles y que se daban por definitivamente aceptados. Los tres escritos que forman parte de Humanizar la Tierra son tres momentos puestos en secuencia que van desde la interioridad más profunda, desde el mundo de los sueños y los símbolos, hacia los paisajes externo y humano. Se trata de un recorrido, de un deslizamiento del punto de vista, que comenzando en lo más íntimo y personal concluye en apertura hacia el mundo interpersonal, social e histórico.
Conferencia del Autor
Este trabajo, Humanizar la Tierra, es en realidad un conjunto de tres libros. El primero de ellos, La mirada interna, fue concluido en 1972 y corregido en 1988. El segundo, El paisaje interno, se terminó en 1981 y sufrió algunas modificaciones en 1988. Por último, El paisaje humano, fue redactado en 1988. Se trata pues, de tres producciones de distintas épocas que guardan entre sí diferentes tipos de relación, como veremos luego. Además, tienen continuidad de desarrollo; están puestas en secuencia. Por ahora, quisiera que se me permitiese considerar a esta obra desde el punto de vista formal.
Se trata de tres libros escritos en prosa poética, divididos en capítulos que a su vez se desglosan en parágrafos. Esta segmentación paragráfica, unida al estilo apelativo tan frecuentemente usado y, a algunos de los temas tratados, ha hecho que algunos críticos ubicaran a la obra dentro del género de la literatura mística. Desde luego, no me desagrada tal clasificación, pero creo que los elementos mencionados no son suficientes para ello.
El primer criterio usado por la crítica, el de la segmentación paragráfica, el de las sentencias numeradas, es común a numerosas producciones de la literaturas mística, así lo vemos en los versículos bíblicos o en los suras koránicos o en los yasnas y fargards del Avesta o, por último, en los Upanishads. Pero debemos convenir en que así como otras producciones del género están apartadas de ese ordenamiento, muchas obras de carácter legal, presentan esas características. En efecto, los códigos civiles, penales, de procedimientos, etc., están redactados en secciones, títulos, artículos, incisos, y así siguiendo. Otro tanto ocurre hoy con producciones que provienen del campo de las matemáticas y de la lógica. Quien consulte los Principia de Russell o el Tractatus de Wittgestein convendrá con nosotros en que no se trata, precisamente, de obras místicas.
Examinemos el segundo criterio, el de la función apelativa del discurso formalizado en oraciones imperativas (a diferencia de las declarativas), que no pueden ser sometidas a prueba de verdad. Esto ocurre, frecuentemente, en muchas obras de la literatura religiosa, pero también en otras que no lo son. Por otra parte, las sentencias no están tratadas solamente de modo imperativo sino que, muy frecuentemente, se discurre y se da oportunidad al lector para que compare con su propia experiencia la validez de lo que se enuncia. Quiero decir con esto que si, elípticamente, se está clasificando a esta obra como “mística” queriendo en realidad decir que se trata de una obra “dogmática”, los criterios usados para ello no son adecuados.
El tercer criterio, el de alguno de los temas tocados, parece establecer vínculos con la religión. En efecto, asuntos como “la fe”, la “meditación”, el “sentido de la vida”, etc., han sido tratados por ellas, pero también por pensadores y poetas preocupados por cuestiones fundamentales del ser humano en tanto éste se encuentra con problemas en su existir cotidiano.
También se ha dicho que esta producción es de carácter filosófico, pero cualquiera que se adentre en sus páginas verá que no se parece en nada a un texto de ese tipo y mucho menos a un tratado ordenado con rigor sistemático. El paisaje humano, tercer libro de esta obra, es el que induce con mayor fuerza a ese error de clasificación. En él, también, se ha visto a un escrito sociológico o psicológico cuando en realidad todo eso ha estado muy lejos de la intención del autor. Lo que no podemos negar es que a lo largo de toda la obra se deslizan apreciaciones que caen dentro del ámbito de esas disciplinas. No podría ser de otra manera cuando se está tratando de presentar situaciones en las que se desenvuelve la vida humana. Así es que decir que algunos temas son tratados con una óptica psicológica, sociológica, filosófica o mística, sería del todo aceptable y desde ya lo admito. Pero clasificar a la obra como específica de cualquiera de las formas mencionadas, no parece correcto.
En definitiva, me sentiría reconfortado si simplemente se dijera que este trabajo está realizado sin pensar en encuadres ajustados y que destaca los temas más generales, más amplios, con los que se encuentra una persona a lo largo de su vida. Y, si se me exigiera una suerte de definición, diría que se trata de una obra de pensamiento sobre la vida humana tratada en estilo de prosa poética. Terminada esta breve discusión en torno a cuestiones formales, entraremos en materia.
El primer libro, titulado La mirada interna, trata sobre el sentido de la vida. El tema principal que se estudia es el estado de contradicción y se aclara que el registro que se tiene de la contradicción en la vida es el sufrimiento; que la superación del sufrimiento mental es posible en la medida en que se oriente la propia vida en acciones no contradictorias y que estas acciones son aquellas que van más allá de lo personal y se dirigen positivamente a otras personas. En resumen: La mirada interna habla de la superación del sufrimiento mental lanzada hacia el mundo social, el mundo de las otras personas siempre que esa acción sea registrada como no contradictoria. El texto de este libro se hace un tanto oscuro por la gran cantidad de alegorías y símbolos que aparecen en forma de caminos, moradas y paisajes extraños por el que va pasando una persona de acuerdo con la situación que le toca vivir en su vida. Una de las alegorías más importantes es la del árbol, ese viejo árbol de la vida que aparece en la kábala, o en las leyendas de creación de los aborígenes makiritare que profesan el culto yekuana en las selvas amazónicas. Es el árbol del mundo que conecta el cielo y la tierra y que en vuestra Völuspá islandesa es el Yggdrasil... Así, en este libro hay una especie de plano, de mapa de los estados internos en los que se encuentra una persona en un momento dado de su vida. El estado de confusión, de venganza, de desesperanza, aparecen alegorizados en las posiciones de caminos y moradas que se recorren en el “Yggdrasil” de La mirada interna, pero también están allí las salidas de las situaciones contradictorias, la esperanza, el futuro, la alegría, en suma: el estado de unidad o no contradicción. En este libro encontramos también una parte dedicada a Los Principios de acción válida. Éstos son un conjunto de recomendaciones o dichos para recordar ciertas leyes de comportamiento que contribuyen a lograr una vida con unidad y sentido. Al no escapar al estilo alegórico de todo este libro, Los Principios toman un carácter metafórico del que cito algunos ejemplos: “Si para ti están bien el día y la noche, el verano y el invierno, has superado las contradicciones”; “No te opongas a una gran fuerza. Retrocede hasta que aquella se debilite, entonces avanza con resolución”. Recomendaciones de este tipo encontramos, por ejemplo, en el Hávamál, cuando se dice: “El hombre con tacto debe saber medir su fuerza; cuando hay valientes no se puede contra todos”... Los Principios son, en realidad, especies de leyes de comportamiento pero que no están pensadas como prescripciones de tipo moral o jurídico, sino como constantes de fuerzas que actúan en acción o reacción según sea la ubicación de quien actúa.
El segundo libro, El paisaje interno, se continúa en el estilo del precedente poniendo ya menos énfasis en las alegorías y en los símbolos. La descripción se va externalizando hacia el mundo de los valores culturales y con referencias cada vez más decididas hacia el campo social. En los comienzos de este segundo libro se lee: “Salta por encima de tu sufrimiento y no crecerá el abismo sino la vida que hay en ti. No hay pasión, ni idea, ni acto humano que se desentienda del abismo. Por tanto, tratemos lo único que merece ser tratado: el abismo y aquello que lo sobrepasa”. Este planteamiento aparentemente dualista, pone en evidencia las preocupaciones fundamentales sobre el “crecimiento de la vida” y la aniquilación de la vida. La aniquilación parece tomar una cierta sustancialidad al designarla como “abismo”, pero no se trata sino de una licencia poética en la que la sola mención de nihilización del ser o “tachadura” del ser, como propondría Heidegger, provocaría una fractura de estilo irreparable. No estamos pues hablando de “abismo” en términos de sustancia sino de anonadamiento u oscurecimiento de sentido en la vida humana. Queda en claro que el primer efecto dualista desaparece al comprender el concepto de abismo como no ser, como no vida y no como entidad en sí. Se escogió el concepto de “abismo” por las implicaciones psicológicas que tiene ya que suscita registros internos del tipo del vértigo asociados a una contradictoria sensación de atracción y rechazo. Esa atracción de la nada que vence en el suicidio o en la embriagadora furia destructiva y que moviliza al nihilismo de un individuo, de un grupo o de una civilización. Aquí no se está tratando la angustia como en Kierkegaard o la náusea como en Sartre, en el sentido de una pasiva desintegración del sentido o como una encrucijada de la elección, sino el vértigo y la atracción de la nada como actividad hacia la destrucción. Como una suerte de motor de acontecimientos personales y sociales que disputan con la vida la preeminencia y el poder. Así pues, si en el ser humano existe la libertad de elegir, entonces es posible modificar aquellas condiciones que se preanuncian catastróficas en su mecánico desarrollo. Si, por el contrario, la libertad humana es sólo un mito piadoso no importará qué decidan los individuos y los pueblos ya que los acontecimientos habrán de desarrollarse hacia el crecimiento de la vida, simple y mecánicamente o bien, todo irá hacia la catástrofe, hacia la nada, hacia el sin-sentido.
En este libro se afirma la libertad de la vida humana, libertad entre condiciones, pero libertad al fin. Es más, se dice que su sentido es por esencia libertad y que esta libertad rechaza el absurdo y lo “dado” aun cuando lo dado sea la misma Naturaleza. Es esta lucha contra lo dado, contra el dolor y el sufrimiento, contra las adversidades que ha puesto la naturaleza al ser humano, lo que ha permitido el desarrollo de la sociedad y la civilización. De manera que la vida humana no ha crecido gracias al dolor y el sufrimiento sino, al contrario, se ha pertrechado para vencerlos. La decisión de ampliar la libertad no queda ya limitada al individuo ya que éste no tiene una naturaleza fija sino una dinámica histórica y social y, por esto, el individuo debe responsabilizarse y actuar por la sociedad y por todos los seres humanos. De acuerdo con lo anterior, en el capítulo VII se dice: “Nombrador de mil nombres, hacedor de sentido, transformador del mundo... Tus padres y los padres de tus padres se continúan en ti. No eres un bólido que cae, sino una brillante saeta que vuela hacia los cielos. Eres el sentido del mundo y cuando aclaras tu sentido iluminas la Tierra. Cuando pierdes tu sentido, la Tierra se oscurece y el abismo se abre”. Y más adelante: “Te diré cuál es el sentido de tu vida aquí: humanizar la Tierra. ¿Qué es humanizar la Tierra? Es superar el dolor y el sufrimiento, es aprender sin límite, es amar la realidad que construyes... No cumplirás con tu misión si no pones tus fuerzas en superar el dolor y el sufrimiento en aquellos que te rodean y si logras que ellos, a su vez, emprendan la tarea de humanizar el mundo, se abrirá su destino hacia una vida nueva”.
En resumidas cuentas, El paisaje interno trata sobre el sentido de la vida con referencia a la lucha contra el nihilismo en el interior de cada ser humano y en la vida social y exhorta a que esta vida se convierta en actividad y militancia al servicio de la humanización del mundo. Como puede comprenderse, en este libro no se habla de soluciones simplemente personales ya que éstas no existen en un mundo social e histórico. Quienes piensan que sus problemas personales pueden ser solucionados con una suerte de introspección o técnica psicológica cometen un gran error porque es la acción hacia el mundo y hacia las otras personas, desde luego la acción con sentido, la que permite salir hacia todas las soluciones. Y si se dijera que una técnica psicológica puede tener utilidad, parece responderse en el libro que su beneficio solo podrá ser medido en la perspectiva de la acción hacia el mundo, en la perspectiva de considerarla una herramienta auxiliar de la acción coherente. Finalmente, este escrito trata el problema del tiempo y lo hace de un modo alegorizado. Es el tiempo el que aparece en su temporalidad real actuando simultáneamente y no como pretende la percepción ingenua o numerosas teorías filosóficas en las que el pasado, el presente y el futuro no tienen estructura, sino que son una sucesión de instantes que fluyen en un infinito hacia “atrás” y hacia “adelante” sin tocarse entre sí en cuanto instantes. En el libro el tiempo vivencial está presentado como una estructura en la que actúa simultáneamente todo lo que me ha ocurrido en la vida, tanto como lo que en este instante me ocurre y también lo que me va a suceder como posibilidad, como proyecto en plazo más o menos previsible. Si bien ese futuro se me aparece como “todavía no”, él está determinando mi presente de acuerdo con el proyecto que lance desde mi ahora, desde mí “en este momento”. La idea del tiempo como estructura y no como simple sucesión de instantes independientes, es una intuición que el ser humano ha tenido desde antiguo aunque la haya desarrollado sobre la base de mitos y leyendas. Así leemos en vuestra Edda Mayor en La visión de la Adivina, parágrafos 19 y 20: “...Yo sé que se riega un fresno sagrado, el alto Yggdrasil, con blanco limo... Venían de allá muy sabias mujeres, tres, de las aguas que están bajo el árbol: una Urd se llamaba, la otra Verandi –su tabla escribía–, Skuld la tercera. Los destinos regían a los seres humanos, le daban su suerte a los hombres”. Así, el pasado, el presente y el futuro no son sucesiones de instantes sino determinantes estructurales de situación. Bien, en El paisaje interno leemos: “Extraños encuentros éstos en los que el anciano sufre por el corto futuro y se refugia en su largo pasado. El hombre sufre por su situación actual, buscando abrigo en lo que pasó o habrá de suceder según se lo ajuste por el frente o por atrás. Y el joven sufre porque un corto pasado muerde sus talones, impulsando su fuga hacia un largo futuro. Sin embargo, reconozco en el rostro de los tres mi propio rostro y me parece advertir que todo ser humano, sea cual fuere su edad, puede transitar por esos tiempos y ver en ellos fantasmas que no existen. ¿O es que existe hoy aquella ofensa de mi juventud? ¿O existe hoy mi vejez? ¿O anida hoy, en esta oscuridad, mi muerte? Todo sufrimiento se desliza por recuerdo, por imaginación o por aquello que se percibe. Pero gracias a esas tres vías, existe el pensamiento y el afecto y el quehacer humano. Ha de ser, entonces, que si esas vías son necesarias, también son conductos de destrucción si las contamina el sufrimiento”.
El tercer libro, El paisaje humano, está dedicado en sus primeros capítulos a esclarecer los significados de paisaje y de mirada que se refiere a ese paisaje, cuestionando la forma de mirar el mundo y de apreciar los valores establecidos. Hay, en este trabajo, una revisión sobre el significado del propio cuerpo y sobre el cuerpo de los otros, sobre la subjetividad y sobre el curioso fenómeno de apropiación de la subjetividad del otro. Consecuentemente, se desarrolla un estudio fragmentado en capítulos sobre la intención: la intención en la educación; en el relato que se hace de la Historia; en las ideologías; en la violencia; en la Ley; en el Estado y en la Religión. Este no es un libro, como se ha dicho, simplemente contestatario porque propone nuevos modelos respecto a cada tema que critica. El paisaje humano trata de fundamentar la acción en el mundo reorientando significados e interpretaciones sobre valores e instituciones que parecían definitivamente aceptados. Con respecto al concepto de “paisaje” diré que él se constituye en pieza fundamental de nuestro sistema de pensamiento como luego se ha visto en otras producciones como Psicología de la imagen y también en Discusiones historiológicas. Sin embargo, en el libro que estamos comentando, la idea de “paisaje” está más modestamente explicada y dentro del contexto de la obra que aparece sin las pretensiones del pensar riguroso. Así pues, se dice: “Paisaje externo es lo que percibimos de las cosas; paisaje interno es lo que tamizamos de ellas con el cedazo de nuestro mundo interno. Estos paisajes son uno y constituyen nuestra indisoluble visión de la realidad”. Nadie mejor que vosotros, islandeses, para comprender estas ideas. Si bien el ser humano se encuentra siempre en un paisaje no por ello tiene conciencia de tal cosa. Pero cuando el mundo en que uno vive se presenta como el contraste máximo, como la contradicción imposible de sostener, como el equilibrio inestable por excelencia, el paisaje se convierte en un dato vivo de la realidad. Los habitantes de los inmensos desiertos o de las llanuras infinitas tienen en común que su horizonte comunica allí, en la distancia, la tierra con los cielos en una secuencia en la que al final no se sabe cuál es la tierra y cuál el cielo... sólo la continuidad vacía aparece ante los ojos. Pero hay otros lugares donde choca el máximo hielo con el máximo fuego, el glaciar con el volcán, la isla con el mar que la rodea. Donde las aguas, además, furiosamente irrumpen desde la tierra impulsadas en el géiser hacia el cielo. Donde todo es contraste, todo es finitud, el ojo se dirige a consultar las estrellas inmóviles buscando su descanso. Y, entonces, los cielos mismos comienzan a moverse, los dioses danzan y cambian de forma y de color en auroras boreales gigantescas. Y el ojo finito se repliega sobre sí generando sueños de mundos armoniosos, sueños eternos, sueños que cantan historias de mundos idos en la esperanza del mundo por venir. Por ello creo que esos lugares son paisajes en los que todo habitante es un poeta que no se reconoce a sí mismo como tal; en donde todo habitante es un viajero que lleva su visión a otros lugares. Así las cosas, en otra medida y con otra conformación, todo ser humano tiene algo de isleño porque su paisaje original siempre se impone a su visión perceptual, porque todos nosotros vemos no solamente lo que está ahí delante sino que nuestras comparaciones y aun el descubrimiento de lo nuevo lo hacemos desde lo que ya antes hemos conocido. De este modo, soñamos al ver las cosas y las tomamos luego como si ellas fueran la misma realidad.
Pero el concepto tiene más amplitud ya que el paisaje no es, solamente, lo natural que aparece ante los ojos sino también lo humano, lo social. Por cierto que cada persona interpreta a las otras desde su propia biografía y pone en lo ajeno más de lo que percibe. De acuerdo con esto, nunca vemos de la realidad del otro lo que el otro es en sí, sino que tenemos del otro un esquema, una interpretación surgida de nuestro paisaje interno. El paisaje interno se superpone al externo que no solamente es natural sino social y humano. Claramente ocurre que la sociedad cambia y que las generaciones se suceden y, entonces, cuando a una generación le toca actuar lo hace tratando de imponer valores e interpretaciones formados en otra época. Las cosas van relativamente bien en momentos históricos estables, pero en momentos como el actual, de gran dinámica, la distancia generacional se acentúa al tiempo que el mundo cambia bajo nuestros pies. ¿A dónde irá nuestra mirada? ¿Qué debemos aprender a ver? No es extraño que en estos días se popularice la idea de “dirigirnos a una nueva forma de pensar”. Hoy hay que pensar rápido porque todo va más rápido y lo que creíamos hasta ayer como si fuera una realidad inmutable, hoy ya no es más. Así pues, amigos, no podemos pensar ya más desde nuestro paisaje si éste no se dinamiza y universaliza, si no se hace válido para todos los seres humanos. Hemos de comprender que los conceptos de “paisaje” y de “mirada” pueden servirnos para avanzar a esa anunciada “nueva forma de pensar” que está exigiendo este proceso de mundialización crecientemente acelerado.
Pero volviendo al tercer libro, El paisaje humano, diremos que los temas de las instituciones, la Ley y el Estado se hacen relevantes y que en la formación del paisaje humano, la educación recibida, las ideologías vigentes y la concepción del momento histórico en que se vive son factores dignos de ser tenidos en cuenta. De todo ello se habla en este tercer libro, no simplemente para criticar sus aspectos dañinos sino, sobre todo, para proponer una forma especial de observarlos, para ayudar a la mirada a buscar otros objetos, para aprender a ver de un modo nuevo.
Concluyendo con estos comentarios agregaré que los tres libros que forman el cuerpo de Humanizar la Tierra, son tres momentos puestos en secuencia que van desde la interioridad más profunda, desde el mundo de los sueños y los símbolos, hacia los paisajes externo y humano. Se trata de un recorrido, de un deslizamiento del punto de vista que comenzando en lo más íntimo y personal concluye en apertura al mundo interpersonal, social e histórico.
Nada más. Muchas gracias.
Edicciones
Humanizar la Tierra se ha publicado en Argentina por Editorial Planeta, 1989; en España por Plaza y Janes, 1989; en México por Plaza y Valdés, 1990.
Se ha publicado también en francés con Editions Référence, en inglés con Latitude Press, en italiano con Multimage y Edicril, en aleman ..., en hungaro..., en portugues..., er ruso ..., ...
Traducciones
Humanizar la Tierra ha sido traducido en alemán, catalán, finlandés, hebreo, holandés, inglés, italiano, portugués, ruso
Texto completo
Descargar el libro
Se puede descargar el libro desde http://www.silo.net/system/documents/41/original/Humanizar_es.rtf