El Humanismo y los Judíos

De Humanipedia
Revisión del 04:13 4 may 2018 de Alcofribas (discusión | contribs.)
(difs.) ← Revisión anterior | Revisión actual (difs.) | Revisión siguiente → (difs.)
Ir a la navegación Ir a la búsqueda

Ponencia de Alfredo Bauer en Comunidad Hebrea Emanu-El en Buenos Aires en el marco de los seminarios "Diálogo entre las Culturas" llevados a cabo entre 1993 y 1994 por el Centro Mundial de Estudios Humanistas.

Transcripción

Pocas veces salí de una arena espiritual tan gratificado como de este salón el día 6 de Octubre pasado, después de escuchar la disertación del rabino Bergman sobre el misticismo judío y la discusión subsiguiente; puesto que pude experimentar que todo, ¡absolutamente todo!, podía ser sometido a examen crítico sin que los unos griten: ¡Blasfemia!, y los otros: ¡Superstición! ¡Irracionalismo! - En tales condiciones, uno experimenta un verdadero goce no sólo por los buenos argumentos que él mismo es capaz de proporcionar, sino de igual manera por los demás, en un ambiente de serena búsqueda colectiva de la verdad, parecido al de las escuelas filosóficas de la antigua Grecia o de la antigua China.

Así, en este recinto que es el de un templo, se puede someter a examen crítico e histórico a la propia religión, como lo hicieron con respecto al cristianismo los neo - hegelianos David Federico Strauss, Luis Feuerbach, mi tocayo Bruno Bauer y el propio Carlos Marx; y con respecto a la religión judía Samuel Holdheim y Abraham Geiger, oponiéndose a quien fuera su antecesor en el terreno de la emancipación judía, el gran humanista Moisés Mendelssohn, que todavía aceptaba el carácter revelado de su religión.

La misma sensación de calidez, la volví a experimentar una semana después al escuchar aquí la conferencia de la señora Tilda Rabi y, más aún, al ver la reacción del público compuesto en su mayoría por miembros de esta comunidad que, habiendo recibido tal vez por primera vez un mensaje de fraternidad desde el lado árabe, respondía abriendo a su vez su corazón con anhelos de paz y de mutuo respeto, con miras a aquella gran comunidad universal y al imperativo ético que nos incluye a todos. Uno se va entonces con la consoladora convicción de que, con o sin la existencia de Dios, no está aún todo perdido y que existe, a pesar de esta diabólica estructura que nos envuelve y que parece todopoderosa en su esencia destructiva, la posibilidad de salvación para el género humano y para el mundo.

Y si algo faltara para devolver el optimismo a quien haya sufrido muchas decepciones en estos últimos años, es el hecho de haber sido invitado a aportar su propia concepción y convicción dentro del humanismo a la vez pluralista y universalista. Cuando hace más de dos décadas se publicó mi “Historia Crítica de los Judíos ", tentativa de abordar este valioso y profundo tema con objetividad estricta y desde el punto de vista del materialismo histórico, fui objeto de los más agresivos odios. Como si el horror sufrido por los judíos obligara al investigador científico a no ser imparcial sino parcial, aun en el terreno de la interpretación histórica. "Cómplice de los nazis" y “preparador de un nuevo holocausto" fueron términos que se me aplicaban en algunos órganos de prensa, por haber admitido la posibilidad de que, sin sufrir presiones y por el mismo juego del desarrollo histórico, en el futuro la comunidad judía "desaparezca" como estructura marginada de la sociedad. Les puedo asegurar que fue muy doloroso, no tanto por ser yo mismo el blanco de tan rencorosa agresión, como por el hecho de que seres humanos puedan adoptar semejante actitud. Mi sentimiento humanitario recibió un duro golpe.

Tanto mayor fue mi íntima satisfacción al notar que, al aparecer ahora la segunda edición de mi obra, la reacción fue completamente distinta: cálida aun por parte de aquéllos que no comparten mis opiniones. Esta invitación que se me dispensó es un ejemplo elocuente de ello, pero de ninguna manera el único. ¿ A qué se debe semejante cambio favorable ?. Pienso que es porque (siendo Mefistófeles “parte de aquel poder, que quiere el mal y el bien tiene que hacer "), la ruptura del equilibrio universal a raíz del derrumbe del bloque socialista reveló en toda su envergadura la perversidad del orden mundial ahora omnipotente, con el resurgimiento del racismo y sus desmanes y otros horrores incluidos; de modo que resulta evidente el contrasentido de que los bienintencionados de diferentes maneras de pensar se agredan entre si, en vez de empeñarse juntos en salvar a la humanidad.

En aquella oportunidad, muy desdichada para quien sienta mucho amor por todos los seres humanos y anhela mucho ser comprendido por ellos, fui defendido con decisión por nadie menos que por el maestro Don Leónidas Barletta en las páginas de su prestigioso periódico "Propósitos”[1]  ; por lo cual en este momento, siendo bien diferente la situación, yo quiero rendirle un sentido homenaje.

Pues bien, paso a exponer mis opiniones sobre una problemática profunda y compleja, sin ignorar que están en desacuerdo con muchas cosas casi universalmente aceptadas, con juicios y prejuicios tanto favorables como desfavorables con respecto a distintos entes, y sin duda también con opiniones abrigadas por ustedes. Conste que digo lo mío con modestia, admitiendo siempre la posibilidad del error por parte mía, con entero respeto a cualquier opinión diferente; y que todas las afirmaciones mías llevan implícita, entre paréntesis, esta salvedad que acabo de formular. Pero por supuesto, diré lo que pienso, como lo hacemos todos.

La moral humanitaria, en la historia del pueblo judío y en su religión, es un injerto tardío. Hemos de desglosar, en la Biblia, el complejo legendario primitivo por un lado, y el imperativo ético por el otro. En cuanto al primero, la parte mesopotámica agraria es de por sí ajena a la etnia pastoril hebrea. En lo que queda, los conceptos morales, si así podemos llamarlos, son propios de tribus nómades en lucha continua por la subsistencia, que arremete con violencia contra sus rivales y les arrebata, si puede, no sólo sus rebaños sino también sus mujeres, que no trata bien ni mal a sus sirvientes porque no los tiene, porque desconoce la institución misma de la servidumbre que no les produciría ningún beneficio ( - el esclavo consumiría tanto como produce -). y que en consecuencia extermina simplemente a los enemigos vencidos y a los prisioneros. Su dios tribal es tan sanguinario como ellos, y no sólo les permite, sino les exige imperiosamente tal crueldad. Lo que acabo de decir, es una verdadera perogrullada; y en el monumental " Historia del Pueblo Judío " de Simón Dubnov se da como un hecho evidente que preceptos como el "Tratarás bien al extranjero, porque tú fuiste extranjero en Egipto ", no pueden, ¡simplemente no pueden!, atribuirse a la época del Éxodo. Otros historiadores, sin embargo, sí aceptan tal absurdo, no atreviéndose a someter a examen crítico, como a otros grandes documentos de la cultura universal, a la Biblia.

Prueba de aquel estado de crueldad primitiva es el libro de Josué, así como, casi en la misma medida, las crónicas siguientes , los Libros de los Jueces y de los Reyes. A medida que se afianza el sedentarismo, tal estado de cosas cambia muy paulatinamente. En agudo conflicto siempre, que se proyecta hacia los dioses, o sea, que se manifiesta en la " infidelidad " del pueblo de Israel y Judá con respecto a " su " dios , y en la adoración a divinidades " ajenas " de orden local agrario.

Tal estado de cosas, tal evolución y tales conflictos, no constituyen ninguna excepción entre los pueblos del Mundo Antiguo. Un fenómeno muy particular tiene lugar, en cambio, en el siglo VII antes de nuestra era, consistente en un cambio de características del propio dios de Israel, la progresiva pérdida de su particularidad étnica y transformación en divinidad "única", excluyente de competidores, comprometida con todos y comprometedora para todos y portadora de un imperativo ético universal. A Israel, le queda el carácter de "pueblo elegido", con la misión de difundir a este dios y este imperativo.

Tal concepto, por supuesto, no está libre de elitismo y, como se sabe, constituía a través de los siglos una curiosa mezcla de engreimiento y de generosidad altruista. A tal ambivalencia, le corresponde otra por parte de los demás con respecto a los judíos: admiración por los pioneros de la idea del Dios único, justo y generoso, y resentimiento a causa de aquel sentimiento de ser " los elegidos ".

En aquel siglo VII a. C. fueron " encontrados ", según el relato del Segundo Libro de los Reyes, unos antiguos pergaminos que fueron controlados por los sacerdotes del Templo de Jerusalén y luego presentados al pueblo como código de ética: el Libro Deuteronomio primero y después los otros cuatro " Libros de Moisés". Pero es evidente que los sacerdotes redactaron aquellos textos, y que el “Moisés legislador " es una creación de ellos, análoga a las figuras de los legisladores legendarios de otros pueblos: Licurgo, Numa Pompilio, Manco Capac, etc., aunque Moisés como jefe de una federación de tribus haya existido realmente.

El imperativo ético contenido en aquellos textos, que puede resumirse en las máximas: " Ama a todos los demás seres humanos porque son como tú " y " Lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás ", es un aporte verdaderamente extraordinario, pero evidentemente propio de esa época de convivencia social más compleja. En el sangriento ambiente tribal primitivo, al cual se atribuía su origen, carecería de sentido. Aquellos sacerdotes actuaban de acuerdo con los conceptos de predicadores legos que fueron llamados profetas, y " profetismo " se llama por ello aquel movimiento espiritual.

¿ A que se debía un cambio ideológico y ético de semejante envergadura ? Había tenido lugar un significativo cambio en la estructura social : la transformación de los pastores nómades en agricultores sedentarios. Pero esta transformación no condujo al cambio espiritual que ahora nos ocupa, sino a la " infidelidad " con respecto al dios tribal, o sea, la adoración de divinidades locales agrarias. Ahora se trata de otra renovación espiritual, basada también en modificaciones de la estructura social.

Precisamente aquí es preciso, como dicen los alemanes, "matar algunas vacas sagradas". O sea: enfrentar la muy arraigada creencia de que los judíos, en Palestina, eran sustancialmente agricultores, que nunca querían abandonar su sagrada tierra, y que la Diáspora fue una imposición violenta que sufrieron después de la destrucción del primer Templo en el año 586 antes de nuestra era, y particularmente después de la del segundo, en el año 70 de nuestra era. Pero no fue así. Palestina, y también Fenicia, eran incapaces de alimentar un número apreciable de pobladores mediante la agricultura. Pero ambas regiones estaban ubicadas sobre la ruta comercial más importante de la Antigüedad. Consecuencia lógica de esta situación fué que la población de ambas regiones se dedicara al comercio. Fenicia tenía madera para construir barcos; Judea no. De modo que los fenicios se dedicaron preferentemente al comercio marítimo, los judíos al terrestre.

Paralelamente tuvo lugar en la cuenca del Mediterráneo oriental un continuo proceso de unificación consistente en la formación sucesiva de grandes imperios : el asirio, el babilónico, el persa, el macedónico ( - su fragmentación no lo dividió en cuanto unidad económica - ), y finalmente el romano.

En tales condiciones, la dispersión de los mercaderes judíos no fue un proceso obligado, sino espontáneo. Ellos fueron tolerados y apoyados por Ciro y sus sucesores, por Alejandro y sus sucesores, por los romanos, constituyendo el cemento económico que los sucesivos imperios, formados por medios militares, precisaban para consolidarse y para subsistir. El comercio fenicio era poca competencia para ellos. El griego en cambio, que surgió más tarde, lo fué en medida mucho mayor, desplazándolos y constituyendo en último término el sustrato del " antisemitismo " de la Antigüedad, como el surgimiento de la burguesía " autóctona " lo sería para el de la segunda mitad de la Edad Media y de la Edad Moderna.

En el momento de la destrucción del Segundo Templo, ya las tres cuartas partes de los judíos vivían fuera de Palestina. Y, como muy bien lo describe Lion Feuchtwanger en su monumental trilogía sobre Josefo Flavio, estos judíos tomaban partido a favor de Tito y en contra de sus " hermanos ", los zelotas rebeldes de Judea. En mi opinión, que coincide con la del propio Feuchtwanger, ello no constituye, por parte de aquéllos, una " traición ", sino que es el reflejo de una real divergencia de las condiciones sociales y, en consecuencia, de la orientación ideológica y del interés político.

El humanismo de tendencia universalista con su imperativo ético, es la ideología abarcativa del mercader. El mercader no sólo precisa la paz y el imperio de la ley, no sólo concibe el mundo en dimensiones geográficas y culturales amplias, sino que por el tipo de su actividad tiende también a considerar y a respetar " al otro " como " su igual ", de cuya integridad física y moral depende su propia seguridad, su propia existencia y el desempeño de su propia tarea. No menoscabamos en nada el enorme mérito de orden cultural y moral de esta doctrina, si señalamos que tal contexto social le da origen.

El judaísmo fariseo, en agudo enfrentamiento con el saduceísmo conservador, intentó la transformación en religión universal, sin estar por sus raíces históricas en condiciones de efectuar semejante salto. El cristianismo paulino, en cambio, la logró, por su capacidad y disposición de cortar estas raíces, y de aceptar cierto eclecticismo con respecto a otras corrientes culturales y morales.

El cristianismo logró, pues, transformarse en religión universal y, a la vez, en ideología propia de la sociedad feudal europea basada en una economía dispersa, en la producción de pequeñas unidades destinadas al auto-consumo. Estructura que no podía, sin embargo, prescindir del todo del comercio ni del crédito, y era el judío quien se lo proporcionaba. Función necesaria y por lo tanto respetada, y sin embargo “externa" con respecto al orden social imperante, lo cual explica que el judío, a diferencia de todos los demás pueblos de la Antigüedad, tampoco fue integrado ni integrable ideológicamente. Es decir, que tenemos aquí la explicación para la subsistencia del judaísmo en el orden feudal, constituyendo según una expresión poco grata de Freud : "un fósil histórico".

El Islam efectuó un proceso análogo de integración ideológica universal, siendo por razones diversas el enfrentamiento con los judíos mucho menos acentuado. En cuando a la población judía que permanecía en Palestina, - porque la Diáspora de ninguna manera fue total -, se convirtió totalmente, primero al cristianismo y después al Islam, o bien más tarde directamente a éste, y dejó de ser judía. Los habitantes árabes de la región palestina actual son, en consecuencia, los descendientes directos de los judíos de la Antigüedad, si bien hubo ciertamente una apreciable mezcla de sangre entre ellos y otros pueblos. Los que valoran tan altamente la " continuidad biológica " entre los judíos de la Antigüedad y los actuales, deberían tener en cuenta este hecho en mayor medida.

En cuanto a la ética humanitaria, no vacilamos en situar el profetismo judío por encima del cristianismo primitivo; como colocamos por encima también la ética del Corán. Y no sólo por proporcionar normas viables para la vida real, - "amar al enemigo" es imposible, por lo menos en el sentido literal; y del precepto se abusa innumerables veces para asegurar la resignación y la mansedumbre de los oprimidos -, sino más que nada por carecer de aquel " complejo de culpa " tan propio de los Evangelios. Jesús no hace más que "reprochar pecados” a sus discípulos, a Pedro en especial, y también a Magdalena y a todos los demás, para después "perdonarlos”. Esto también sirvió después magníficamente a la Iglesia Católica para mantener oprimido al ser humano, pecaminoso en esencia que sólo por el sacramento de la Eucaristía puede ser absuelto y justificado, mediante la permanente amenaza implícita de negárselo; hasta que Martín Lutero tuvo la valentía de romper semejante patraña mediante su doctrina de la justificación por la sola fe y la gracia divina. En el judaísmo, semejante gesta liberadora en el terreno espiritual no fue necesaria, porque siempre carecía de conceptos igualmente represores con respecto al pecado y a la culpa.

La sociedad feudal típica ( - más definida en el imperio de los francos de la época carolingia - ) se caracterizaba por el equilibrio de cuatro " estados " o, si se quiere, " clases " : el campesino siervo de la gleba, explotado el máximo, que elaboraba los bienes de consumo para todos; el señor de la tierra que ejercía directamente el poder armado; la Iglesia que aportaba lo poco que hacía falta de conocimiento teórico; y el judío que se ocupaba del comercio y del crédito en la medida que aún aquella economía de auto-abastecimiento lo precisaba. El rey se hallaba por encima de tal estructura, como " árbitro " entre las distintas fuerzas. En este orden, esencialmente conservador, nadie era " perseguido ", ¡ ni el judío tampoco!, y reprimida era solamente la tentativa, si la hubo, de " sacudir " la función “propia" y de "usurpar" otra que el orden "legítimo" no adjudicaba a tal individuo o grupo.

El judío formaba parte de tal orden, y a la vez no formaba parte por constituir un elemento " económicamente extraño " al mismo, lo cual explica su marginación ideológica. No quería integrarse en la sociedad, ni esta quería integrarlo, a pesar de necesitarlo en su función específica y tal vez por eso mismo.

Aportes humanistas, o sea, abarcativos, no podían originarse en tal estructura social caracterizada por la estrechez material y mental. Y menos podían darlos los judíos que, además, estaban física y espiritualmente aislados.

Pero la hostilidad hacia los judíos apareció más tarde, cuando el orden feudal entró en crisis y surgió una clase capaz de reemplazar con ventaja a los judíos en su función económica: la burguesía manufacturera y comercial de las ciudades. La burguesía fue pues, la fuerza desencadenante del antisemitismo, si bien no era la ejecutante principal de las persecuciones y los desmanes.

En la sociedad feudal musulmana, particularmente en España, la situación de los judíos fue bien diferente. De su marginación social ni siquiera se puede hablar, como tampoco de la de los cristianos, y sólo excepcionalmente podían surgir tendencias que hoy llamaríamos " fundamentalistas ". La religión dominante no se identificaba con el orden social en la misma medida como en la Europa cristiana.

Ni siquiera cabe el término de " división ideológica " aquí, por más que existieran, paralelamente y con tolerancia mutua, diferentes cultos. A las escuelas y universidades oficiales iban todos juntos, cosa inconcebible en la sociedad medioeval cristiana. El gran Maimónides era en su juventud discípulo y amigo del sabio racionalista Ibn Roshd ( Averroes ). Y si más tarde los judíos y el propio Maimónides sufrieron presiones y persecuciones por parte de fanáticos de origen africano que se habían apoderado del poder en Al - Andalús, el filósofo árabe, que para ellos era hereje, tampoco se salvó de las mismas.

En tal atmósfera sí podía surgir un amplio y profundo humanismo, tanto por parte de los musulmanes como de los judíos. Se manifestaba en el terreno de la filosofía tanto como en el de la poesía. Poetas judíos confeccionaron poemas sublimes en idioma hebreo y en idioma árabe, destacándose entre ellos Jehudá ben Samuel Halevi, Salamón Ibn Gabirol y muchos otros. Entre los filósofos humanistas, racionalistas y materialistas debemos citar, además del propio Maimónides, ante todo a Abraham Ibn Esra, al cual a causa de su abarcativo y profundo panteísmo podemos considerar precursor de Baruj Espinosa, y que por éste mismo fue valorado como tal. Consideraba este gran espíritu que la creación del mundo no se efectuó " ex nihilo ", es decir, de la nada, sino a partir de una sustancia material eterna coexistente y consustanciada con Dios.

En Italia, la situación era parecida, no sólo bajo el breve imperio del Islam sobre Sicilia, sino igualmente después e incluso durante mucho tiempo bajo el dominio directo del Papado. Un monarca de origen alemán, el emperador Federico II de Hohenstaufen, residente en Sicilia y poeta él mismo, tuvo la audacia de proclamar para su régimen una raíz ideológica tripartita : cristiana, judía y musulmana, e incluso, a través de esta última, la continuidad con la filosofía clásica griega.

No hubo pogroms antijudíos en Italia, como en todo el resto de Europa sí los hubo desde el comienzo del segundo milenio de nuestra era. El odio de las rebeliones populares surgidas del franciscanismo, se dirigía contra los banqueros cristianos en la misma medida como contra los judíos, e incluso contra la Iglesia con su ostentación de suntuosidad y poder.

Cuando en Italia ya se hablaba expresamente de humanismo, tuvo lugar entre los judíos un verdadero proceso de diferenciación. Un sector tomaba parte activamente en este movimiento espiritual. Pero es preciso señalar que en modo alguno puede hablarse, como aún el maestro Dubnov lo hace, de "humanismo judío”, - como por la propia definición humanismo y particularismo se excluyen mutuamente- sino de " participación de los judíos " en este proceso de integración. Aportes valiosísimos hicieron los judíos ahí, como en otras muchas oportunidades. Pero su orientación espiritual ya no era judía, si bien no todos formalizaron su integración social mediante el bautismo.

De aquellos librepensadores judíos hay que mencionar a Imanuel Romi (Imanuel ben Salomón ha - Zifroni ), llamado por múltiples semejanzas “el Heine de la Edad Media". Fue contemporáneo del Dante, pero más parecido que a éste a Boccacio. Relata sin embargo, como aquél, un viaje al más allá, señalando que encontró en el Paraíso a los justos de todos los orígenes y modos de pensar, y en el Infierno, particularmente, a los místicos y los anquilosados talmudistas. En este aspecto ético lo supera al propio Dante que, como se sabe, relata en el 28 o canto del " Infierno ", que vio a Mahoma cruelmente castigado por el " pecado "de interpretar a la divinidad de manera diferente al Cristianismo. Hay que agregar que Imanuel Romi escribía indistintamente en hebreo, en latín y en "vulgar ", o sea, en italiano. Y que en sus escritos, como en los de Heine, encontramos un elemento que es muy poco común en las producciones de los humanistas: el humor.

Más audaz aún y muy parecido a él fue su contemporáneo Kalónymos, que nació en Provenza pero vivió la mayor parte de su vida en Italia. Y son muchos más los que habría que citar: el veneciano Elías Delmédigo, catedrático de Padua que sostenía que la religión no debe interferir en la ciencia. ¡ Semejante audacia en una época que nos brinda los casos de Giordano Bruno y de Galileo Galilei !. Los médicos Jacobo Martín ( Giácomo Ebreo ), David Pomis y João Rodrigo de Castel Branco ( Amatus Lusitanus ). Entre los filósofos. Jehudá Abravanel ( León Hebreo ), hijo del jefe de la comunidad expulsada de España, el cual, hecho muy característico, exaltó a Filón de Alejandría, propiciador de una filosofía de orígen múltiple y unificadora en otra época. Asaria de’ Rossi atacaba a la ortodoxia cuestionando a la cronología tradicional " desde la Creación del Mundo ", y particularmente las profecías de los místicos basadas en juegos de números y otras especulaciones que estaban en pleno auge.

Ya hemos visto por qué surgió aquel violento odio hacia los judíos en la segunda mitad de la Edad Media. Surgiendo la burguesía con su producción y su comercio "propios", la actividad crediticia de los judíos, orientada no a la creación de bienes sino al lujo consumista de los nobles y a otras actividades no productivas como la solventación de guerras, no sólo resultó innecesaria, sino que sólo entonces era "parasitario" su carácter, y lo que era un interés "normal " resultó usura. Los judíos, a la vez, fueron desplazados "a los poros de la sociedad" (según la expresión gráfica de Abraham León), pasando a ser prestamistas de la gente menuda, lo cual explica el odio masivo de las masas populares . La raíz del asunto es señalada en forma clara por Shakespeare en su gran drama: "El mercader de Venecia". Véase la escena en que Antonio y Shylock discuten la "legitimida " de sus respectivas ganancias : el "real mercader” aduce proporcionar algo en cambio, mientras el "interés" de Shylock no se justificaría de esta manera. El judío, por supuesto, no entiende tal razonamiento y sostiene que el capital produce sus frutos de sí mismo, como el cabrito crece en el vientre de su madre.

Claro que el antisemitismo de aquella época tampoco se origina "ex nihilo". Tenía antecedentes ideológicos muy consistentes. Pero es interesante que, en un ambiente impregnado en extremo de doctrina cristiana, la idea del "deicidio" y de la “traición de Judas", estaban como "adormecidas" durante tanto tiempo; o que por lo menos no servían para originar actos concretos de odio. Se pronunciaban, en la liturgia y fuera de la misma, las palabras condenatorias de "los judíos" de manera automática, pero ninguna actitud concreta resultaba de ello, hasta que el contexto social no fuera propicio para que tal cosa sucediera. Les puedo recordar las palabras iniciales del "Libro del Buen Amor" del Arcipreste de Hita, que reza así :

" Señor Dios, que a los jodíos, pueblo de perdición, sacaste de cabtivo del poder de Faraón.a Daniel sacaste del pozo de Babilón: saca a mi coytado de esta mala presión "

Se ve que el " pueblo de perdición " no refleja en el Arcipreste animosidad alguna contra los judíos, con quienes se siente solidario, deseando compartir con ellos el favor de Dios. Al contrario, en la lucha entre Don Carnal y Doña Cuaresma, donde el poeta favorece evidentemente al primero, los judíos salvan al vital comilón de la persecución de su enemiga, la flaca devota.

Sólo con el cambio en la estructura social surge el odio de las masas contra los judíos, y entonces sí las sentencias antijudías de los textos sagrados cristianos adquieren un trágico significado, contribuyendo a estimular más aún la agresividad.

En principio, la aparición de la burguesía conduce a la desaparición del judío como "estado", como "ente social propio", o como se quiera llamarlo. Pero era un proceso complejo y muy cargado de contradicciones. La "desaparición" se realizaba en los diferentes ambientes de muy diversa manera.

De Inglaterra y Francia, los judíos fueron simplemente expulsados : a fines del siglo XIII y XIV, respectivamente. Por lo visto, ello no originó mayores problemas a la sociedad ni al Estado. Mucha gente culta e instruída ignora el propio hecho de aquellas expulsiones. ¡ Muy al contrario de lo que sucedió en España y Portugal a fines del siglo XV ! Los reyes de estos países habían defendido tenazmente a los judíos, cediendo finalmente a la presión de las ciudades al tomar medidas coercitivas contra ellos. Conocían bien la precariedad económica de sus estados, así como la precariedad de su naciente burguesía, incapaz de reemplazar a los judíos como sostén económico de la monarquía, sin que ello originara serios inconvenientes. Como efectivamente sucedió en la práctica. Las medidas coercitivas consistían en España en la expulsión de los que se negaban a tomar el bautismo; en Portugal, en el bautismo forzado.

Es falsa, infantilmente falsa podríamos decir, la archiconocida tesis de Werner Sombart de que, adonde se dirigían los judíos ibéricos aportando sus capitales, el capitalismo prosperó, quedando sin desarrollarse en cambio en los países que abandonaron. Sombart cita como ejemplo Holanda, y podría agregar Italia. El grueso de los emigrantes se dirigió, sin embargo, a Turquía y al norte de África, aparte de que una parte muy apreciable de los judíos ibéricos se quedó con sus capitales en el lugar, convirtiéndose al catolicismo; lo cual no impidió que el desarrollo capitalista quedara trunco en la península ibérica, ni que dejara de tener lugar en el Imperio Turco. Es, en realidad, completamente al revés. Donde hubo una transformación capitalista vigorosa, el judío pudo ser económicamente integrado, aprovechándose en tal sentido los capitales que aportaba. Donde persistía el feudalismo, como en Turquía, pudo desempeñar su función propia a la manera tradicional. Y donde entró en descomposición el feudalismo sin que le pisara los talones un vigoroso desarrollo burgués ( Polonia, Lituana, en parte Alemania, etc. ), los judíos participaban de la lenta putrefacción de la sociedad quedando sin remedio marginados y con obstáculos a una sana renovación social y estructural.

Un sustancioso humanismo de orígen judío surgió por lo tanto en Holanda; no sin que una anquilosada ortodoxia le ofreciera una resistencia firme y cruel; como lo prueba el desdichado caso de Uriel Da Costa, así como también el destino que le cupo al gran Baruj de Espinosa. Si éste no tuvo el mismo desenlace como aquél, no fue porque los judíos ortodoxos se hubiesen vuelto más tolerantes, sino porque el propio Espinosa tuvo la extraordinaria firmeza de carácter de no reparar en el "jérem”, la excomunión que se le aplicara como a Da Costa, amparándose precisamente en su humanismo universal ajeno a todo particularismo sectario. Pero no olvidemos que esta valentía verdaderamente magnífica no le hubiera servido de nada y que ni él ni su gran obra se hubieran salvado de la destrucción, si el ambiente espiritual de la Holanda emancipada no hubiese sido propicio a la libre expansión de la personalidad humana, hecho totalmente inusitado en la Europa de entonces.

En cuanto a la filosofía verdaderamente humanista de Espinosa, su visión del mundo, su panteísmo que en rigor no es sino ateísmo y materialismo filosófico, se remonta, como lo hemos señalado, al pensamiento de Abraham Ibn Esra; está vinculado al pensamiento mas avanzado de su época : de Descartes, de Hobbes, de Leibniz; y en su proyección con Goethe que le dispensaba una admiración sin par; y en cuanto a su visión política con Rousseau y los enciclopedistas franceses.

No nos acordamos, en general, debidamente de aquella Holanda con su “revolución anti-colonial en plena Europa". Sus conceptos políticos de emancipación nacional y humana dieron un primer impulso que fué seguido por las demás revoluciones burguesas. Corresponde mencionar un nombre desconocido por casi todos : Marnix van Sint Aldegonde, autor no sólo del himno "Wilhelmus van Nassauwe", verdadera Marsellesa de aquella guerra de liberación; sino también de aquella declaración de derechos de los seres humanos y de los pueblos que, a través de la célebre tesis de Samuel Adams, fué la fuente doctrinaria de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y, por supuesto, de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa.

En cuanto a los judíos, el pueblo holandés los trató siempre con un respeto cálido, actitud humanista en el sentido más elevado de la palabra, de la cual hallamos numerosos ejemplos, desde las incomparables figuras judías recreadas con tanto amor por el gran Rembrandt, hasta la abnegada solidaridad brindada a la familia de Ana Frank.

La Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico se encontraron con grandes dificultades para manejar la cuestión judía, a causa del muy desigual desarrollo social alcanzado por los mismos en las diferentes regiones. De Francia central, que constituía el Reino a fines del siglo XIV, habían sido expulsados. De modo que había judíos sólo en el sur, aburguesados y socialmente integrados, y en las regiones germano-parlantes de Alsacia y Lorena, donde eran prestamistas de la nobleza, de los plebeyos de las ciudades y de los campesinos, y culturalmente atrasados y marginados. Hubo en esa región, en el curso de la Revolución, varias olas de desmanes contra ellos por parte de las masas populares.

Los dirigentes de la Revolución lograron manejar el problema, como lo formulara una vez el propio Robespierre, "de acuerdo con los principios" : emancipando a los judíos e integrándolos en la Nación Francesa como seres humanos, y enfrentándolos como explotadores. Las deudas e hipotecas de los campesinos fueron canceladas o reducidas en varias oportunidades, fomentando y facilitando a la vez el abandono de la usura por parte de los judíos y su dedicación a otras actividades, lo cual era la condición que posibilitaba su integración en la sociedad.

El Imperio Napoleónico siguió en este aspecto la misma política. Con notable éxito sin duda alguna. Prueba de ello es la espontánea y masiva incorporación de judíos al ejército; actitud que contrasta con la tenaz resistencia que ofrecieron en Polonia y Rusia a la conscripción militar. Nótese bien : no sólo en la Rusia zarista represora, sino también en la Polonia que llevaba adelante una lucha de emancipación.

Dubnov habla, a raíz de ello, de un diferente grado de "conciencia nacional judía". Alabando por supuesto a los retrógrados kahales del este europeo y censurando a los judíos occidentales que se integraban en una sociedad empeñada en un proceso de emancipación humana, cultural y moral. Dictamen que, con todo el debido respeto al maestro, hay que calificar en los más duros términos. Es imposible hablar de " conciencia nacional " cuando y donde no se logró siquiera un mínimo grado de desarrollo moderno, siendo toda cohesión absolutamente de orden corporativo - medioeval como en el caso de los kahales de Polonia y Lituania en el siglo XVIII. La transformación del judío en ciudadano es posible, como brillantemente lo definen Bruno Bauer y Carlos Marx, sólo allí donde la sociedad en general está formada por " ciudadanos " y no por "súbditos”, o sea, donde la emancipación burguesa llegó a un cierto nivel.

Nos toca hablar ahora de Alemania. Corresponde encarar el humanismo alemán de los siglos XVIII y XIX en forma objetiva, si bien no sin el debido amor por tan valioso fenómeno espiritual ni tampoco sin la debida crítica hacia sus debilidades inherentes. Pero en todo caso sin basar nuestro juicio en el extremo anti-humanismo que logró tomar cuerpo en aquel país en el siglo XX.

Es sabido que la constitución política de la nación se realizó tardíamente y en forma torcida en Alemania. Lo mismo sucedió, por razones bien diferentes, en Italia. El hecho es que, en ambas naciones pero particularmente en Alemania, humanismo y emancipación unificadora nacional, rasgos los dos de la emancipación burguesa, estaban en mayor o menor medida disociados e incluso enfrentados. Los humanistas italianos, como bien lo señala el gran Antonio Gramsci, eran “a-nacionales" en un momento histórico en el cual la constitución política nacional era el problema candente. No sólo hablaban en latín, como la Iglesia, la otra fuerza a-nacional y antinacional; sino incluso acabaron por aliarse con ella cuando su función retrógrada y represora llegó a su apogeo. Lo cual, tan contradictorio es el proceso histórico, no menoscaba, ¡ni para Gramsci tampoco! el mérito ni el valor ético del humanismo, incluído el italiano.

En cuanto al resto de Europa, Alemania en particular, el asunto era más complejo aún. En cuanto a progreso histórico, o sea, la emancipación social burguesa, hemos de estar con Martín Lutero y no con Erasmo de Rotterdam, cuyo humanismo implicaba la abstinencia con respecto a la acción política y revolucionaria concreta por la liberación. ¿ Quién puede negar, por otra parte, que aquel gigante espiritual que fue Lutero dio un aporte extraordinario a la liberación de la personalidad humana con su doctrina de la "salvación por la sola fe y por la gracia" y la del “sacerdocio universal", o sea, la justificación del individuo en base a la propia convicción y conciencia moral, sin la acción intermediaria de quien administra el sacramento ?.

Pero la torcida situación histórica de Alemania hizo que la revolución política y la emancipación moral, abarcativa e integradora no pudieran ir de la mano. Una consecuencia de tan contradictorio contexto fue que el gran Lutero fuera antisemita. Nos llevaría demasiado lejos analizar a fondo este triste hecho. En mi “Historia Crítica" y también en mi ensayo biográfico sobre Lutero lo he intentado. Pero de todos modos hemos de admitir que, si bien en la actualidad es imposible ser humanista y antisemita a la vez, para algunos momentos de la historia humana tan dialécticamente compleja, tenemos que admitir, en cierto sentido y aspecto, tal posibilidad. ¿Podemos aplicar acaso a William Shakespeare, por haber escrito "El Mercader de Venecia", los duros epítetos que con justa razón tenemos reservados a Josef Goebbels y Julius Streicher ?.

Dos siglos más tarde, persistía aquella tragedia nacional alemana, - ¡que no era la única ! -, que la emancipación nacional y la emancipación humana no podían ir de la mano. Klopstock, Lessing y Herder aun plantearon juntos ambos anhelos. Goethe y Schiller, en amarga renuncia, ya los presentaron como opuestos eligiendo la humanidad en lugar de la nación. Goethe lo formuló en un célebre dístico :

" Ser nación, lo esperáis, oh alemanes, en vano. Pero podéis constituíros en miembros de la Humanidad. "

En forma más amarga aún formula lo mismo el austríaco Fracs Grillparzer, que vió en los anhelos nacionales sólo la descomposición y el enfrentamiento de unos con otros :

" El camino de la nueva cultura va desde la humanidad, a través de la nacionalidad, hacia la bestialidad. "

El hecho es que la burguesía alemana era, en aquella época, capaz y deseosa de integrar socialmente a los judíos. Así lo proclamaron sus más destacados portavoces con Lessing a la cabeza; y así lo entendió el sector de los judíos que, por las características socio-culturales que había adquirido, era " integrable ", es decir, lo suficientemente emancipado y modernizado culturalmente y liberado del ghetto en el sentido espiritual. El portavoz de este sector era el gran Moisés Mendelssohn, y después de él, David Friedländer, M. Moser, Leopold Zunz, Eduard Gans, Rahel Levin etc.; etc.; como en el aspecto teológico y político Abraham Geiger, Samuel Holdheim, Gabriel Riesser, en Austria Isaac Mannheimer, y tantos, tantos otros.

Los dos gigantes espirituales que, para Alemania, pudieron superar aquella trágica controversia entre nacionalidad y universalidad humanista, fueron dos judíos : Heinrich Heine y Ludwig Börne. Aparte, por supuesto, de otro gigante, también de origen judío, que se llamaba Karl Marx.

Muchas conmovedoras sentencias sobre el tema que nos ocupa, pronunciadas o escritas por aquellos grandes espíritus, podríamos citar. Pero nos conformamos con una sola, escrita por Ludwig Börne en una de sus " Cartas Parisinas " el 7 de Febrero de 1832 :

"... Por haber nacido como esclavo, yo amo la libertad más que vosotros ... Por haber nacido sin patria, yo deseo más que vosotros poseer una. Y por haber nacido en la mezquina callejuela judía, ... no me basta la ciudad ni la comarca ni la provincia. Sólo la patria entera me basta ... "

Hemos de constatar, - y por mi parte lo hago sin tristeza alguna -, que la emancipación humana y la integración social y cultural, implicaban en prácticamente todos ellos la conversión religiosa, en un sentido meramente formal casi siempre. No podía ser diferente en aquella época, como muchos de ellos lo dejaron sentado expresamente ( Heine, Gans, Friedländer, etc. ). Más tarde ya fue distinto. Pero una "conversión", formal o simplemente espiritual, efectuaban entonces los humanistas judíos también: no hacia la "religión mayoritaria", sino hacia la falta de religión. La misma "conversión", la efectuaban en aquella época los humanistas de origen cristiano. Y así vemos a judíos y cristianos no sólo en la misma orientación y la misma actitud, sino también estrechamente hermanados. Y si algo faltaba para concretar un destino común, fué que juntas fueron quemadas sus obras aquel funesto día 10 de mayo de 1933. Proporcionaremos, a modo de ejemplos, una lista para Alemania y Austria, sin preocuparnos y sin pretender siquiera que fuera aproximadamente completa: Theodor Storm, Gerhart Haupmann ( a quien incluimos a pesar de su ulterior claudicación ), los hermanos Mann, Carl Zuckmeier, Erich María Remarque, Kurt Tucholsky, Carl von Ossietzky, Erich Kästner, Bertolt Brecht, Ana Seghers, Ricarda Huch, Arnold Zweig, Egon Erwin Kisch, etc., etc.. Y para Austria : Karl Emil Franzos, Hugo von Hofmannsthal, Stefan Zweig, Arthur Schnitzler, Anton Wildgans, Karl Kraus, Jakob Wassermann, también el gran Ludwig Anzengruber, Jura Soyfer y tantos, tantos otros. En su momento, no se reparaba y ni siquiera se preguntaba quién de ellos era judío. Sólo los nazis reparaban en ello y lo señalaban. ¡ Pero ni siquiera tanto !. Para ellos, todos los humanistas, pacifistas y socialistas eran judíos o cripto - judíos. Lo cual, para los judíos ha de ser un verdadero honor. Ustedes seguramente, tampoco saben de todos ellos si eran judíos o no. Yo sí lo sé. Pero no lo digo. Porque para mí, sería el estado de cosas verdaderamente ideal que a nadie le importe eso en una persona, y que sólo interese su actitud hacia el ser humano, hacia la ética y hacia la cultura.

El tema que me toca desarrollar hoy es de una envergadura enorme. Es inevitable que muchos momentos, muchos hechos significativos queden sin mencionar. Sólo a dos tópicos me referiré todavía : a la concreción de una sustanciosa cultura judía propia de proyección universal en el este de Europa; y al movimiento socialista.

En la Antigüedad existía, sin lugar a dudas, un " pueblo judío " en Medio Oriente. Hablar de un " pueblo judío " referido a la Diáspora es, - ¡ y sin duda estoy, con esta afirmación, enfrentado con la concepción de muchos de Uds. ! - , incorrecto. Hemos visto que los judíos formaban, en la sociedad feudal típica, un "estado" propio de este orden social con una función específica, como la nobleza y la Iglesia : indispensable y por lo tanto respetado; "extraño" sin embargo al orden económico - social y por lo tanto también "ideológicamente extraño". La transformación burguesa cuestionaba este orden, cuestionaba también la "función específica" del judío y en consecuencia su propia existencia como ente social definido, enfilando a su desaparición. Desaparición que podía concretarse en formas diversas. Donde había una transformación capitalista vigorosa, lo integraba. Donde no la había, lo hostilizaba de diferentes maneras y con mayor o menor violencia. En el complejísimo juego entre el " ser social y la conciencia ", la especificidad ideológica : religiosa y cultural, pudo persistir durante un tiempo variable, Pero de " pueblo judío ", que abarcaría a todos los judíos del mundo, de ninguna manera se puede hablar; ¡ y mucho menos de nación ! .

Por razones muy complejas : putrefacción lenta del orden feudal, falta de transformación capitalista vigorosa y, en consecuencia, una definición nacional endeble de los pueblos de la región ( polacos, lituanos, ucranianos y otros ) surgió en el este europeo una "nacionalidad judía" de cultura propia, compuesta por varios millones de individuos y, en el aspecto geográfico, relativamente concentrada.

La nación es, según la definición ya clásica de Vladimir Ilich Lenin, "una comunidad estable, históricamente formada de territorio, lengua, economía y, resultante de ello, de carácter nacional". Cuando algunos de estos rasgos están presentes, pero no todos, se habla de "una nacionalidad". Tal término cabía, pues, a los judíos de Europa Oriental a partir del siglo XVIII, pero de ningún modo incluía ni incluye a los judíos del resto del mundo, por más que pensadores de categoría, como no sólo Dubnov sino también el teórico socialista Otto Bauer, opinen lo contrario.

De aquella "nacionalidad judía" que estaba surgiendo, partieron logros de alto valor cultural y de especificidad bien manifiesta, logros capaces de proyectarse hacia la cultura universal, y que lo harían en medida mayor aún, si no se estuviera extinguiendo, por desgracia, su sustrato, el riquísimo y profundísimo idioma idish.

La literatura de aquel ambiente en idioma idish tenía un carácter esencialmente popular, como el propio idioma era el de las masas judías, mientras la élite rabínica cultivaba el hebreo. El contenido de aquella literatura era esencialmente humanista, es decir, que tomaba como objeto central al ser humano, con sus sufrimientos y ansiedades, con sus amores y odios, sus anhelos y luchas, con todas sus grandezas y todas sus miserias. Muchos elementos específicos judíos contiene por supuesto, elementos merecedores del amor de toda `persona de sentimientos humanos, sea del origen que sea. De estos elementos entrañables, el más valioso es probablemente el humor judío, que se destaca también en la obra de Heine. Y también un profundo amor hacia la paz y un muy humano escepticismo con respecto a lo patético, grandilocuente, la fuerza y el rigor militar, el hueco honor de casta y otros inconsistentes fetiches del mismo orden. A todo esto, el nazismo alemán, el fascismo en general, el militarismo y las engreídas elites sociales, lo odiaban. ¡ Y con justa razón !. Porque les era no solo esencialmente ajeno, sino también esencialmente peligroso. Que nada les resulta más perjudicial que quedar en ridículo.

Lamentablemente, los judíos no siempre tuvieron la debida consistencia moral y auto-estima, como para insistir con orgullo en estos atributos culturales, tratando por el contrario a menudo de emular con los que los desprecian en su propio, poco honroso terreno. Centenares de judíos, para dar un ejemplo, se dejaron matar en Austria y Alemania por militares pendencieros por no tener la valentía, ¡ sí, la valentía!, de negarse a entrar en aquel juego asesino llamado punto de honor y duelo. Lastimoso era también, a mi criterio, el orgullo de muchos judíos al ser llamados por la prensa chauvinista germano-ocidental después de la Guerra de los Seis Días : " los prusianos del Jordán "; en vez de responder que la guerra, por desgracia, puede ser necesaria a veces, pero que la comparación con el abyecto militarismo prusiano constituye una verdadera ofensa. Yo quisiera aportar más de aquella riquísima cultura judía " idishista ", pero para no alargar demasiado esta exposición citaré sólo a tres escritores que a mi criterio son los más grandes : Shólem Ash, que con maestría supo retratar aquel ambiente y aquella problemática, grande y pequeña, incluyendo también aquel proceso enormemente trascendente que fué el ciclo de revoluciones rusas entre 1905 y 1918; y que incursionó también en el ambiente de los emigrantes judíos en Estados Unidos, así como en la temática de la historia judía más remota.

En segundo término, Shólem Rabinovich, conocido por su seudónimo Shólem Aléjem. Los que no leyeron aquella novela tan profunda y a la vez tan graciosa que es " Tevie el lechero ", apúrense a leerla. Léanla en idish, si lo dominan. Si dominan el idioma alemán, lean la incomparable traducción confeccionada por Max Brod. Y sino, léanla en castellano, que ciertamente no se presta como el alemán para reproducir el espíritu del idioma idish; ¡ pero léanla !.

El tercer gran escritor en idioma idish que citaré es Isaac Bashevis Singer, premio Nóbel de Literatura y último portavoz del idioma y de la cultura idish, antes de su muy, pero muy lamentable extinción.

No podemos dejar de mencionar que, paralelamente al despertar socio - cultural que tenía el idish por vehículo, se produjo en Europa Oriental un proceso de idéntico significado ideológico - sociológico, que consistía en la integración de muchos judíos en la nación polaca y, en mayor medida, en la rusa, antes y después de la Revolución de Octubre del año 17.

Nos queda el movimiento socialista, portador de un humanismo profundo y abarcativo, que fue proclamado desde su origen por todos sus teóricos, desde Karl Marx y Friedrich Engels en adelante. Ni el compromiso con "la clase obrera", ni la proclamación de la lucha y aun de la violencia revolucionaria, están en contradicción con lo dicho, ni constituyen un obstáculo a aquella identificación con "lo humano", abarcativo y universal.

El propio Marx, hijo de conversos, ya no ostentaba por supuesto ningún rasgo cultural judío. Pero su extraordinaria capacidad mental y su incomparable potencia dialéctica, la heredó sin duda, en gran parte, de sus antepasados rabinos. La incorporación de muchísimos judíos, a todos los niveles, al movimiento socialista, se debe sin duda a que ellos tenían, juntos a las de todos, también razones específicas para anhelar un cambio profundo de la estructura social; y a que, ejercitados durante siglos en el pensamiento teórico y doctrinario, aportaron asimismo un particular esclarecimiento.

A muchísimos personajes destacadísimos de origen judío podemos citar entre los teóricos, portavoces y dirigentes del movimiento socialista, en todas sus corrientes. Todos ellos, por supuesto, "no se sentían judíos" : como su doctrina propiciaba la integración; aparte de que, respetando a todas las religiones, por razones de principio ellos estaban desligados de cualquier fe religiosa. En cuanto a rasgos culturales judíos, el proceso de su extinción había alcanzado diferentes niveles en los distintos personajes.

Tenemos en el siglo pasado a Fernando Lassalle. A fines del mismo y principios del actual, a la entrañable Rosa Luxemburgo, vilmente asesinada junto a Carlos Liebknecht; en Austria, a Viktor Adler, su hijo Friedrich y Otto Bauer; y en Rusia, teóricos y dirigentes de la talla de Pável Axelrod, León Trotski (Bronstein), L. Martov (Tsederbaum), Iácov Sverdlov, Zínoviev, Kámenev, Uritzki, Volodarski; a Máximo Litvínov (Finkelstein), representante soviético en la Liga de las naciones, cuyas exhortaciones a enfrentar a tiempo la agresión nazifascista lamentablemente no fueron escuchadas.

También en otros países que participaban de la tentativa de transformación socialista en Europa Oriental hubo destacados dirigentes de orígen judío. Este es un capítulo sumamente triste. Porque, si exceptuamos a la República Democrática Alemana y a Bulgaria, donde la integración y participación de los judíos se concretaba sin obstáculos y en plena concordancia con la doctrina humanitaria del socialismo; en casi todos los demás países del bloque resurgieron manifestaciones de antisemitismo, no sólo, como sería congruente y lógico!, por parte de los enemigos del régimen, sino también desde él mismo. Algunas de tales manifestaciones tuvieron efectos trágicos, particularmente en la propia Unión Soviética y en Checoslovaquia.

Es preciso no dejar sin mencionar este tristísimo capítulo, que para nadie es más doloroso que para los que creemos firmemente en la necesidad de la superación del obsoleto orden capitalista y de la transformación socialista, y que somos activos militantes y sostenedores de un proceso revolucionario de envergadura universal.

Pero aquí analizamos y valoramos, en primer término, entes espirituales, éticos y culturales : las ideas humanitarias y las grandes utopías, las reivindicaciones y las esperanzas de justicia y dignidad que, en su unidad y contradicción dialéctica con la realidad material y social, mueven al mundo y a la sociedad humana en una espiral ascendente. Ellas, en el curso del proceso histórico, originaron siempre hechos que, aparentemente, las niegan e invalidan. Los amantes de la humanidad, los humanistas militantes, siempre trataron de evitarlo o de reducirlo al mínimo posible, y sin embargo, tales hechos ocurrían una y otra vez. No actuamos en el reino abstracto de las ideas, sino aquí en la tierra, y el ser humano no está hecho sólo de la sustancia divina, sino también de la diabólica.

Por eso quiero citar, antes de finalizar, una hermosa sentencia de un poeta de la República Democrática Alemana ( creo que vive todavía ) : Heinz Kahlau.

" Aun la causa más justa del mundo no puede dejar de hacer daño ni de cometer injusticias. Mientras no lo considere su buen derecho, sino una desgracia, seguirá siendo la causa más justa del mundo. "

La sentencia es exigente en el terreno moral, pero es también consoladora. No dejaremos de actuar para mejorar el mundo ni para redimir al ser humano porque, en medio de las mejores intenciones, tales cosas pudieron ocurrir y ciertamente podrán ocurrir otras veces. Pero seamos críticos con nosotros mismos y no perdamos jamás, ni en medio de la lucha más despiadada, el amor al ser humano.

Yo creo que aquella tentativa de transformación socialista en Europa Oriental fué el lance más audaz en el sentido de la emancipación humana, de la justicia social y de la dignidad que en la historia se haya emprendido, ¡ hasta ahora !. Todas las tentativas ulteriores deberán superarlo, pero nunca desentenderse de este grandioso experimento que no "fracasó", como suele decirse, sino que se derrumbó por no poder resistir finalmente la presión de un enemigo muy potente y muy inescrupuloso.

Emprendido en condiciones sumamente adversas, tenía que adolecer de muy serios defectos. ¿ Por qué los que aseguraban que sería imposible sacudir el yugo del capitalismo e iniciar la construcción del socialismo en un sólo país, y menos en uno tan atrasado como Rusia, cuando lo lograron a pesar de todo les reprocharon que ostentase serias insuficiencias y que cometieran incluso, para sostener el nuevo orden precariamente establecido, actos inadmisibles, creando estructuras represivas que después se convirtieron en obstáculos al propio desarrollo ulterior ? ¿ Acaso faltan razones para explicarlo ?

Pero quisiera referirme particularmente, de los países que emprendieron el camino al socialismo, a uno que conozco bien : la República Democrática Alemana. Porque es preciso mencionar este gran experimento, si no queremos que quede trunca nuestra enumeración de las inquietudes y tentativas humanistas emprendidas en el curso de la historia; a pesar de haberse producido también allí, ante los obstáculos aparentemente insalvables, en circunstancias extremadamente adversas y bajo el continuo acoso del enemigo, hechos que no deberían haber ocurrido y que parecían negar aquella esencia humanitaria que le era propia.

¿ Quiénes llevaron a cabo aquel verdadero " milagro alemán " de levantar de las ruinas materiales y espirituales un trozo de país, limpiar del veneno nazi a la población y movilizarla para construír un orden sin explotadores ni explotados, en el cual todos y cada uno pudiesen vivir en paz y seguridad, con garantías plenas para sus necesidades materiales y espirituales ?. Hombres y mujeres que, rotos de cuerpo pero no de espíritu, salían de los campos de concentración; más algunos dirigentes y refugiados que volvían del exilio. En conjunto, no más que unos centenares.

¡ Exterminar el espíritu nazi ! Lo digo con plena conciencia de la audacia que implica tal afirmación por parte mía. ¡ Por que es cierto, y doy fe !. Claro que aprovechaban la proverbial disciplina y la obediencia alemana. ¿ Cómo no echarle mano a lo poco que podía servirles en una situación tan desesperada ?. Con el derrumbe, - bien lo explican las leyes ya clásicas del psicoanálisis -, se produce el fenómeno de la recurrencia, y lo desplazado, incluído el racismo, vuelve a causa de la frustración, como las alimañas salen de las cloacas cuando ya no rigen las normas de la higiene.

Pero siempre, antes y después del derrumbe, el anti-humanismo, la xenofobia y todo lo moralmente negativo, iba ya unido, en forma inseparable, al más violento odio a la ideología y al poder imperantes durante aquellos 40 años. Lo cual es congruente, y el análisis cierra perfectamente.

¿ Odio a los judíos ? ¡ No lo había ! No lo había! En tal aspecto, la purificación espiritual fue plenamente exitosa. Masivamente se aceptaba la plena integración. Entiéndase bien : no sólo por parte del régimen, sino también a nivel del pueblo. ¡ Eso, a pocos años del desastre ideológico originado por el nazismo !. Sí, la resistencia a la espontánea integración, la marginación voluntaria era mal vista en cierta medida; particularmente la forma política de la automarginación : el sionismo. Puede discutirse el concepto. Para mí, siempre que no haya presiones de orden material, antisemitismo no es, ¡ni mucho menos!, fomentar la integración, sino impedir la integración. Lo enseña, no sólo el sentido común, sino también toda la historia de los judíos y del antisemitismo.

Después de la "caída del muro", de repente el Parlamento, formalmente, "les pidió disculpas" a los judíos por las supuestas afrentas, a las cuales habrían estado expuestos. Evidentemente, se trataba del tremendo pecado de haberlos considerado alemanes, ciudadanos y miembros de la sociedad con plena dignidad y plenos derechos, y no un cuerpo extraño.

Yo escribí, entonces, una carta abierta al primer ministro Lothar de Maiziere. Algunos periodicuchos en el oeste de Alemania y en Austria la publicaron. Lo cual era, en aquel momento, un acto de valentía. También la publicó el periódico judío “Tribüne" de Francfort sobre el Meno. Le agregó una arenga violenta contra mí, que me hacía recordar las agresivas acusaciones que recibí a raíz de la publicación de la primera edición de mi "Historia Crítica". Pero la publicó, e invitó a la discusión. Por supuesto, la publicó también el "Neues Deutschland", órgano del Partido del Socialismo Democrático, llamado vulgarmente "neo-comunista", que se recuperó y sacó, ahora, una enorme cantidad de votos. El gobierno germano oriental, al cual aún quedaban seis meses de vida, nunca acusó recibo de mi carta.

¡ Cuántas burlas no se gastaron porque, en 40 años, no se lograra crear el “nuevo ser humano"!. Yo creo que sí se logró. Claro que no en un sentido romántico, idealizado. Y no me refiero sólo al drástico descenso de la criminalidad, que ahora volvió a subir en forma igualmente drástica. Delitos que por décadas no se conocían, vuelven a ser habituales. Pero más importante aún es que las personas se sentían seguras y no desconfiaban del vecino. Por eso, ¡ ay de nosotros !, fue tan fácil engañarlos con el cuento de la libertad y del consumo, con las perlas de vidrio de Occidente. Y los seguían engañando, vendiéndoles autos usados por nuevos, encajándoles créditos y seguros tramposos, y mil tretas más que eran y son comunes en esta sociedad nuestra, que es una sociedad de lobos en la jungla. Confiados e indefensos eran, y si alguien opina que esto constituye un defecto del " régimen ", yo no sé que se le puede contestar. Hasta por el modo de desaparecer, este régimen mostró su superioridad. Pacíficamente, sin cínicos engaños y sin derramamiento de sangre. Me acuerdo de unos cuantos regímenes capitalistas que tuvieron actitudes bien distintas cuando se vieron cuestionados en su persistencia. Violencia, represión, fascismo, guerra, etc., etc. Y aún antes de estar verdaderamente amenazados. Un ejemplo de ello, lo constituyeron nuestros 30.000 desaparecidos. Por que es cierto y puede ser dicho a modo de resumen: Lo inhumano que en el socialismo suceda, está en esencial contradicción con él mismo y debe, para que el socialismo viva y prospere, ser exterminado. En cambio, lo inhumano del capitalismo es su parte integrante y esencial, y sólo con él puede desaparecer.

Queridos amigos : les agradezco que me hayan escuchados con tanta paciencia. Creo que aporté datos y hechos múltiples y multifacéticos, de la cultura judía y de la cultura en general, de la historia judía y de la historia en general. No me reprocharán que haya incluído también mi propia forma de entender el humanismo. Me siento por encima de todo, entrañablemente unido a todos los que representan y aman al ser humano, que aman el bien y odian el mal, y se empeñan por que triunfe aquél sobre éste; crean en Dios o no, y entiendan el amor al ser humano de la manera que sea. Sólo los cínicos, que no creen en nada y desprecian al prójimo, sólo a ellos no me une nada y estoy en esencia enfrentado con ellos. Y esto, lo tengo en común, creo yo, no sólo con todos ustedes, sino con los humanistas de todos los ambientes y todos los tiempos.


Comunidad Hebrea Emanu-El, sede del judaísmo liberal en Argentina - Buenos Aires - 03/11/94.


.

  1. Semanario que, desde la época del 50 hasta la del 70, aparecía en Buenos Aires, portavoz de un humanismo combativo.