Homenaje a Galileo

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Estas palabras fueron pronunciadas por Salvatore Puledda en la Piazza Santa Croce, Florencia, en ocasión del I Congreso de la Internacional Humanista, el 7 de enero de 1989.

Salvatore Puledda durante la exposición

Yo, Galileo Galilei, catedrático de Matemáticas en la Universidad de Florencia, públicamente abjuro de mi doctrina que dice que el sol es el centro del universo y que no se mueve, y que la tierra no es el centro del universo y sí se mueve. Con corazón sincero y no fingida fe, abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías antes mencionados, y cualquier otro error, herejía o secta contraria a la Santa Iglesia.

Este es el texto de la abjuración arrancada a Galileo, bajo amenaza de tortura, el 22 de junio de 1633 por el Tribunal de la Inquisición.

Galileo abjuró para no sufrir la suerte de Giordano Bruno, conducido a la hoguera con una estaca en la boca para que no hablase, y quemado en Campo de Fiori en Roma, un día de invierno del año 1600. Giordano Bruno, el que había proclamado la infinitud del hombre y del universo, la existencia de innumerables mundos…

Sólo después de tres siglos los “descendientes” de aquellos que habían obligado a Galileo a abjurar, admitieron su error a regañadientes. Giordano Bruno aún espera que se haga justicia…

A pesar de todo, ni la tortura ni la hoguera han impedido que hombres y mujeres valientes empuñaran el telescopio y lo apuntaran no sólo hacia las estrellas sino también contra aquellos que los oprimían y los explotaban. Pero éstos, los todopoderosos de la tierra, han comprendido rápidamente que la Nueva Ciencia podía ser utilizada para alimentar su avidez y para ampliar sus privilegios. Así han producido “una progenie de gonomos con inventiva” -como los llama Bertold Brecht- dispuestos a vender su ciencia para cualquier finalidad y a cualquier precio.

Estos gnomos inteligentes y ciegos han tratado por todos los medios posibles de doblegar la naturaleza a la voluntad de poder de sus patrones, y han cubierto la tierra con máquinas de muerte. Otros han utilizado el propio ingenio para inventar nuevos medios a fin de manipular, acallar, adormentar la conciencia de los pueblos. Medios éstos más sofisticados y “limpios” pero no menos dolorosos e inhumanos que la estaca en la boca de Giordano Bruno.

Ciertamente sabemos que hoy, mientras el segundo milenio de Occidente se curva hacia el ocaso, la sobrevivencia de toda la especie humana está amenazada y sobre la Tierra, nuestra casa común, se cierne la pesadilla de la catástrofe ecológica.

Es por ello que nosotros, Humanistas llegados desde todos los rincones de la Tierra, pedimos aquí, frente al edificio que guarda la tumba de Galileo, pedimos a todos los científicos de la Tierra que finalmente la Ciencia se utilice para exclusivo beneficio de la Humanidad.

Con la voz que se quitó a Giordano Bruno y, como a él, a millones de oprimidos, con esa voz que hoy resuena en esta plaza, lanzamos este llamado: que en todas las universidades, en todos los institutos de investigación, se instituya un juramento, un voto solemne -análogo al de los médicos creado por Hipócrates en los albores de Occidente- de utilizar la Ciencia sólo y exclusivamente para vencer el dolor y el sufrimiento, para humanizar la Tierra.