Diferencia entre revisiones de «El Informe Tókarev»

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Libro de [[Puledda, Salvatore|Salvatore Puledda]] publicado en 1981


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[[Archivo:El-Informe-Tokarev-big.jpg  |145px|right|]]Novela de [[Puledda, Salvatore|Salvatore Puledda]](1943-2001) publicado en 1981
 


=Descripción=
=Descripción=


El Informe Tókarev, una sugestiva novela escrita en 1981 por el humanista italiano Salvatore Puledda, en medio de una guerra fría donde la humanidad se enfrentaba al abismo de una conflagración nuclear. Pocos años después, la monolítica Unión Soviética se derrumbó, sin violencia, persecuciones ni genocidios, pero no sin antes iniciar un desarme unilateral que salvó a la humanidad del colapso.
Hoy, ya en pleno siglo XXI, todo indica que estamos asistiendo a la caída del sistema en la otra mitad del mundo y nuevamente la locura de una confrontación bélica masiva, la posibilidad creciente del ataque o el accidente nuclear, amenazan la continuidad de nuestra especie en el planeta.
¿De dónde saldrán esta vez la cordura y las iniciativas de paz?
El Informe Tókarev, un atrapante relato de política-ficción que recorre caminos insospechados, conectando Rusia, India y los Andes argentinos, llevándonos a reflexionar en profundidad sobre la disyuntiva esencial del momento histórico que vivimos: la superación de la violencia o la autodestrucción. Una singular encrucijada cuando la toma de conciencia y la actitud asumida por cada uno de nosotros, humanos, más que nunca pueden ser definitorias para el futuro compartido.
=Fragmento=
“El anciano se había puesto en pie y ahora, frente a Yuri, declaró:
–Estamos atrayendo hacia un punto a unas pocas personas. Luego las colocaremos dentro de nuestra arca, proyectándolas al futuro. Entonces verán la explosión antes de tiempo. Al regresar, comprenderán que pueden cambiar ciertas tendencias y comenzarán a trabajar juntas...


Yuri escuchaba al guardián de la montaña, mientras le parecía reconocer cada una de sus palabras.


=Explicación=
–...¿Sabes, muchacho? –concluyó el anciano– ya otras veces en la Historia, hemos provocado un pequeño desvío. Pequeño, pero suficiente para evitar la catástrofe.”




=Contenido=
 
=Prólogo de la segunda edición=
 
El  Informe  Tókarev fue  publicado  en  1981.  Cuando  llego a  mis  manos  lo  leí  de una  sentada.  Me
pareció  una  obra  simpática,  absurda  y  muy  origi
nal.  Creo  que  entonces  la  ubique  en  el  genero
novelesco de política-ficción. Posteriormente, me encontré con algunos conocidos que habían hojeado el libro y, al intercambiar puntos de vista, comprobé una gran disparidad de opiniones.
De esta suerte el Informe quedó archivado, por lo menos para mí, hasta una mejor ocasión.
 
En  Diciembre  de  1982  visite  a  Puledda  en  el  Instituto  della  Sanita,  en  Roma.  Allí  estaba  entre cápsulas de Petri  y  aparatos  medidores de contaminación  ambiental.  Como de  costumbre  tomamos bastante  café  mientras  revisamos  el  escenario  político  mundial  y  el  estado  de  las  ciencias  y  la tecnología. Yo sabia que mi interlocutor estaba preocupado por el armamentismo creciente y por las derivaciones  de  la  investigación  genética.  Esto  último,  casi  lo  obsesionaba.  Había  quedado  muy impactado por el tema desde su paso por la Universidad de California, en la que trabajara un tiempo dedicado al estudio y experimentación en ese campo. La conversación derivó hacia su libro. Me contó que  tenía  la  intención  de  publicarlo  en  varios  idiomas  y  llevarlo  al  cine,  pero  que  los  arreglos  en Hollywood  no  habían  prosperado  porque  el  protagonista  era  soviético  en  lugar  de  norteamericano.
 
Contrariamente, pensé que la obra no había sido fácil de digerir a causa de su extravagancia y lejanía respecto a la sensibilidad de la época; que el gasto de producción hubiera sido un despropósito dada la cantidad de lugares remotos en los que se desarrollaba la acción y que Cinecittá, estando más a mano, hubo  de  ser  sigilosamente  explorada  pero  con  resultados  negativos. 
 
Finalmente,  me  decidí  a preguntarle por  su última  intención  al escribir  el  Informe  Tókarev. -Es  una  obra pacifista  y cada uno hace  campaña  a  su manera,
-me  respondió  secamente.  A  partir  de  ese  momento,  derivamos  hacia
otros asuntos.
 
Dos años después, al encontrarnos nuevamente, volvimos a tocar el tema del libro y consideramos la escasa  resonancia  que  había  logrado.  Para  entonces  mi  amigo  estaba  mas  calmo,  ya  no  se inquietaba por difundir su novela. Después de todo, el no tenía experiencia previa en el campo literario y, seguramente, había padecido el sarampión del escritor primerizo que considera con desmesura la importancia de su obra. El Informe había sido trazado por una pluma brillante, pero más ejercitada en la comunicación científica que en los desvaríos de la imaginación. Entonces di por supuesto que el autor había  llegado a  conclusiones  parecidas  a  las  mías,  abandonando  el  proyecto  de  ser  un  literato reconocido.  La  conversación  siguió  y,  de  pronto,  Puledda  rozó  un  punto  que  me  llamó  la  atención.
 
Según él, la trama de lo que luego se convertiría en el «Informe» había sido de
sarrollada una noche de 1978  por  un  amigo  común.  Al  parecer,  varios  de  los  presentes  en  aquella  velada,  habían  quedado convencidos  de  que  el  cuento  podía  convertirse  en  una  historia  verdadera  ya  que  muchos  de  los hechos  pronosticados en  la  conversación  (el cambio en el poder  soviético hacia el  '85;  el futuro giro explosivo en la U.R.S.S.; las conmociones de etnias y nacionalidades, la convulsión del Este; el avance del fundamentalismo  musulmán,  etc.),  estaban  realmente por acaecer.  De  inmediato  algunos de los
concurrentes se habían confabulado para producir un «informe de anticipación».
 
Pensaban que, si no estaban equivocadas las predicciones y hacían llegar una especie de memorándum a manos de ciertos círculos  soviéticos  por  medio  de  las  embajadas,  podían  contribuir  a  torcer  algunos  acontecimientos fatales. Les parecía que el desastre nuclear era inminente no tanto porque alguna de las dirigencias de los  bloques  Este-Oeste  se  decidiera  a  tomar  la  iniciativa,  sino  por  la  simple  acción  de  factores mecánicos  acumulativos.  Así,  sostenían  que  la  curva  estadística  de  alarmas  rojas  se  iría
incrementando hasta llegar a un momento exponencial. Todo había empezado con falsas detecciones de misiles enemigos en las pantallas de radar de las superpotencias. Al principio las alertas ocurrieron una vez por año, pero más adelante los errores se verificaron cada seis meses, cada cuatro, cada tres,
etc.  Además,  era  creciente  el  «ruido»  en  la  información  que  agregaba  la  proliferación  de  satélites  y submarinos nucleares. De ese modo se llegaría a una situación de crisis en que el sistema de ataque se convertiría  en  ingobernable,  y ello  podía ocurrir  hacia 1985.  Por  otra parte,  habían  verificado  que  la
economía del Este  mostraba  una  tendencia  a  la declinación agravada por  la  carrera armamentista  y que eso llevaría, suponiendo que se eludiera el accidente nuclear, a decidir una salida que presentaba dos alternativas: o se exportaba el caos, o se tomaba la iniciativa del desarme. El eslabón más débil resultaba  la  Unión  Soviética  y  solamente  ella  podía  provocar  un  cambio  en  la  cadena  de  los acontecimientos.
 
Interrumpí el relato de Puledda preguntándole si no pensaron, aquella noche de la confabulación, en que  tales  posibilidades  habían  sido  antes  consideradas  por  los  soviéticos...  Ya  comenzaba  a fastidiarme el infantilismo de todo el planteamiento porque el tema del accidente nuclear era comenta do hasta por la revista Times, y la crisis en la economía socialista era un secreto a voces. Me pareció que un problema tan complejo estaba fuera del alcance de unos improvisados de sobremesa. Y luego, aquello  de  hacer  llegar  un  memorándum  a  las  embajadas  para  que  el  Kremlin  se  «enterara»  de obviedades y tomara medidas, tenia todo el sabor de una broma gastada al científico que suele salir a la
calle  olvidando  los  pantalones  en  su  casa.  Si,  era  evidente  que  unos  intelectuales  festivos  (tal  vez animados por los licores de alguna celebración), habían sugestionado al impresionable Puledda.-Es claro que todo el mundo conoce la cuestión del accidente y las dificultades económicas de la U.R.S.S., -dijo  Puledda
-pero  lo  que  nadie  parece  advertir  es  que  toda  la  civilización  está enloqueciendo.-
Si  se  refiere a que el crecimiento del armamentismo  está  motivado  por  la  locura puedo estar de acuerdo  en  términos  generales,  pero  en  lo  particular  me  parece  que  responde  a  los  intereses  del complejo militar-industrial de las grandes potencias, -respondí.
Mi  amigo  me  miró  de  soslayo  y  luego,  en  voz  muy  calma,  me  descerrajó toda  una teoría  que  se refería a los grandes contextos de la locura de la civilización. Una patología que parecía avanzar desde el fondo de la historia, que se manifestaba en las grandes tensiones de los intereses económicos, que
se  desataba  en  las  guerras,  los  genocidios  y  las  persecuciones colectivas,  y  que  aparentaba desaparecer  luego  de  grandes  sangrías.  Esa  locura, explicó,  estaba  en  su  cima  y  había  suficiente potencial  acumulado  para  una explosión definitiva. Naturalmente, tal descripción me pareció insuficiente. Por lo demás, ¿qué tenía que ver todo eso con el Informe?-
Bien, lo que mis amigos han hecho llegar a las embajadas es una gran cantidad de información que se refiere a la sintomatología de esa pandemia, con el fin de motivar la investigación de los académicos disidentes.  Esos  señores  tienen  una  gran  influencia  en  la  toma  de  decisión  política  y  consideramos posible que de su círculo emerjan los representantes de un nuevo tipo de pensamiento capaz de dar respuesta a emergencias tan graves y tan originales. En cuanto a los procedimientos usados diré que si varias copias del memorándum puesto a  circular a fines de 1980 fueron arrojadas al cesto, siempre quedó la posibilidad de que se  conservara algún ejemplar en manos de los coleccionistas de curiosidades. Debo agregar que esos escritos comenzaron su tímida penetración por las delegaciones
diplomáticas pero luego fueron repartidos en grandes cantidades haciéndolos llegar a Moscú a través de las vías más insólitas. Como Ud.comprende,la idea era que si los acontecimientos anunciados comenzaban a cumplirse con una cierta aproximación  podía suceder que a alguien le picara la curiosidad. ¿Qué se hubiera perdido en el caso de que nada de eso ocurriera? Nada más que un poco de papel y un esfuerzo deportivo. En cuanto al Informe Tókarev, se  inspiró en los temas del memorándum enviado pero siguiendo un tratamiento propio de la obra de ficción. Yo quise que a través del libro se abriera una puerta más a la difusión del documento.
Creo que luego se refirió a las futuras explosiones en el Este y al viraje inminente de la U.R.S.S. que de  ese modo lograría disipar el conflicto nuclear.  También habló de la futura reacomodación política que  afectaría a Europa y al resto del mundo como consecuencia del terremoto soviético... Me  sentí desolado
al escuchar semejantes profecías por boca de alguien formado en los patrones de las
ciencias físico-matemáticas. No pregunté más y allí quedó la anécdota perdida en un triste otoño de 1984.
 
El 7 de Enero de 1989, asistí a un homenaje a Galileo en la Piazza di Santa Croce, en Firenze. El orador principal era Puledda. Antes de comenzar me abrazó y, en voz baja, repitió las palabras que había dicho en su laboratorio siete años atrás:«... cada uno hace campaña a su manera». De inmediato extrajo unos papeles y comenzó a disertar ante los micrófonos.
 
''«Yo, Galileo Galilei, catedrático de matemáticas de la Universidad de Firenze, públicamente abjuro de mi doctrina que dice que el Sol es el centro del universo y no se mueve, y que la Tierra no es el centro del universo y sí se mueve. Con corazón sincero y no fingida fe, abjuro, maldigo y detesto los errores  y  herejías  antes  mencionados,  y  cualquier  otro  error,  herejía  o  secta  contrarios  a  la  Santa Iglesia... Este es el texto de la abjuración arrancada a Galileo, bajo amenaza de tortura, el 22 de Junio de 1633 por el Tribunal de la Inquisición.  Galileo abjuró para no sufrir la suerte de Giordano Bruno, quien fue conducido a la hoguera con un madero dentro de su boca, para que no hablase, y quemado en el Campo dei Fiori en Roma, un día de invierno del año 1600...»
Cuando Puledda mencionó la mordaza de Bruno lo note tan conmovido que pensé si acaso él mismo se sentía oprimido como para no poder explicar completamente su verdad. Pero más adelante dijo:«... los poderosos de la Tierra, comprendieron rápidamente que la Nueva Ciencia podía ser utilizada para alimentar su avidez. Así han producido “una progenie de gnomos con inventiva” (como los llamo Bertold Brecht), dispuesta a vender su ciencia para cualquier finalidad y a cualquier precio, cubriendo la Tierra con máquinas de muerte».
Luego de media hora, concluyó:«...pedimos aquí, frente al edificio que guarda la tumba de Galileo, pedimos a todos los científicos del  mundo que, finalmente,  la  ciencia se utilice para  beneficio de la humanidad. Con la voz que hoy resuena en esta plaza lanzamos este llamado: que en todas las universidades, en todos los institutos de investigación se instituya un juramento, un voto solemne (análogo al  de los médicos, creado por Hipócrates en los albores de Occidente) con el fin de  utilizar la ciencia solo y exclusivamente para vencer el dolor y el sufrimiento, solo y exclusivamente para humanizar la Tierra».''
Fue una intervención conmovedora. Hubo aplausos, flores y flashes. Mucha gente se  acercó a Puledda para felicitarlo. Entre tanto, vi como desde la multitud se aproximaban dos hombres que, finalmente, se presentaron al disertante y lo saludaron con afecto. Entonces comprendí que la Perestroika  estaba  entre  nosotros.  Luego supe que el memorándum  había  sido  descartado  por  los
burócratas de Brezhnev pero que a cambio logró llegar a las mejores manos, las manos de gente que trataba con desesperación de modificar el rumbo de los acontecimientos mundiales.
Hoy en 1994, el libro de Puledda vuelve a tomar impulso y sospecho que será recibido en una atmósfera epocal distinta a la que campeaba en el momento en que fue escrito. Por mi parte, no podría decidir si la historia publicada en 1981 ha tenido alguna confirmación en los hechos extraordinarios ocurridos en la década de  los '80. En todo caso, debo admitirlo, esta novela me impresiona ahora mucho más  que cuando la leí por primera vez. Tal vez por esto y por los comentarios que hice
públicos recientemente, se me haya pedido que la prologara para esta nueva edición. Yo he querido hacerlo comentando algunas circunstancias que explican más la personalidad del autor que al libro en sí. El lector sabrá comprender por qué he usado este recurso y, en definitiva, juzgará la obra por cuenta propia.
 
:::::::::::::'':J. Valinsky''
::::::::::::::''15/02/1994''


=Ediciones=
=Ediciones=


 
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=Enlaces=
=Enlaces=



Revisión del 23:02 9 abr 2018

El-Informe-Tokarev-big.jpg

Novela de Salvatore Puledda(1943-2001) publicado en 1981


Descripción

El Informe Tókarev, una sugestiva novela escrita en 1981 por el humanista italiano Salvatore Puledda, en medio de una guerra fría donde la humanidad se enfrentaba al abismo de una conflagración nuclear. Pocos años después, la monolítica Unión Soviética se derrumbó, sin violencia, persecuciones ni genocidios, pero no sin antes iniciar un desarme unilateral que salvó a la humanidad del colapso. Hoy, ya en pleno siglo XXI, todo indica que estamos asistiendo a la caída del sistema en la otra mitad del mundo y nuevamente la locura de una confrontación bélica masiva, la posibilidad creciente del ataque o el accidente nuclear, amenazan la continuidad de nuestra especie en el planeta.

¿De dónde saldrán esta vez la cordura y las iniciativas de paz?

El Informe Tókarev, un atrapante relato de política-ficción que recorre caminos insospechados, conectando Rusia, India y los Andes argentinos, llevándonos a reflexionar en profundidad sobre la disyuntiva esencial del momento histórico que vivimos: la superación de la violencia o la autodestrucción. Una singular encrucijada cuando la toma de conciencia y la actitud asumida por cada uno de nosotros, humanos, más que nunca pueden ser definitorias para el futuro compartido.

Fragmento

“El anciano se había puesto en pie y ahora, frente a Yuri, declaró:

–Estamos atrayendo hacia un punto a unas pocas personas. Luego las colocaremos dentro de nuestra arca, proyectándolas al futuro. Entonces verán la explosión antes de tiempo. Al regresar, comprenderán que pueden cambiar ciertas tendencias y comenzarán a trabajar juntas...

Yuri escuchaba al guardián de la montaña, mientras le parecía reconocer cada una de sus palabras.

–...¿Sabes, muchacho? –concluyó el anciano– ya otras veces en la Historia, hemos provocado un pequeño desvío. Pequeño, pero suficiente para evitar la catástrofe.”


Prólogo de la segunda edición

El Informe Tókarev fue publicado en 1981. Cuando llego a mis manos lo leí de una sentada. Me pareció una obra simpática, absurda y muy origi nal. Creo que entonces la ubique en el genero novelesco de política-ficción. Posteriormente, me encontré con algunos conocidos que habían hojeado el libro y, al intercambiar puntos de vista, comprobé una gran disparidad de opiniones. De esta suerte el Informe quedó archivado, por lo menos para mí, hasta una mejor ocasión.

En Diciembre de 1982 visite a Puledda en el Instituto della Sanita, en Roma. Allí estaba entre cápsulas de Petri y aparatos medidores de contaminación ambiental. Como de costumbre tomamos bastante café mientras revisamos el escenario político mundial y el estado de las ciencias y la tecnología. Yo sabia que mi interlocutor estaba preocupado por el armamentismo creciente y por las derivaciones de la investigación genética. Esto último, casi lo obsesionaba. Había quedado muy impactado por el tema desde su paso por la Universidad de California, en la que trabajara un tiempo dedicado al estudio y experimentación en ese campo. La conversación derivó hacia su libro. Me contó que tenía la intención de publicarlo en varios idiomas y llevarlo al cine, pero que los arreglos en Hollywood no habían prosperado porque el protagonista era soviético en lugar de norteamericano.

Contrariamente, pensé que la obra no había sido fácil de digerir a causa de su extravagancia y lejanía respecto a la sensibilidad de la época; que el gasto de producción hubiera sido un despropósito dada la cantidad de lugares remotos en los que se desarrollaba la acción y que Cinecittá, estando más a mano, hubo de ser sigilosamente explorada pero con resultados negativos.

Finalmente, me decidí a preguntarle por su última intención al escribir el Informe Tókarev. -Es una obra pacifista y cada uno hace campaña a su manera, -me respondió secamente. A partir de ese momento, derivamos hacia otros asuntos.

Dos años después, al encontrarnos nuevamente, volvimos a tocar el tema del libro y consideramos la escasa resonancia que había logrado. Para entonces mi amigo estaba mas calmo, ya no se inquietaba por difundir su novela. Después de todo, el no tenía experiencia previa en el campo literario y, seguramente, había padecido el sarampión del escritor primerizo que considera con desmesura la importancia de su obra. El Informe había sido trazado por una pluma brillante, pero más ejercitada en la comunicación científica que en los desvaríos de la imaginación. Entonces di por supuesto que el autor había llegado a conclusiones parecidas a las mías, abandonando el proyecto de ser un literato reconocido. La conversación siguió y, de pronto, Puledda rozó un punto que me llamó la atención.

Según él, la trama de lo que luego se convertiría en el «Informe» había sido de sarrollada una noche de 1978 por un amigo común. Al parecer, varios de los presentes en aquella velada, habían quedado convencidos de que el cuento podía convertirse en una historia verdadera ya que muchos de los hechos pronosticados en la conversación (el cambio en el poder soviético hacia el '85; el futuro giro explosivo en la U.R.S.S.; las conmociones de etnias y nacionalidades, la convulsión del Este; el avance del fundamentalismo musulmán, etc.), estaban realmente por acaecer. De inmediato algunos de los concurrentes se habían confabulado para producir un «informe de anticipación».

Pensaban que, si no estaban equivocadas las predicciones y hacían llegar una especie de memorándum a manos de ciertos círculos soviéticos por medio de las embajadas, podían contribuir a torcer algunos acontecimientos fatales. Les parecía que el desastre nuclear era inminente no tanto porque alguna de las dirigencias de los bloques Este-Oeste se decidiera a tomar la iniciativa, sino por la simple acción de factores mecánicos acumulativos. Así, sostenían que la curva estadística de alarmas rojas se iría incrementando hasta llegar a un momento exponencial. Todo había empezado con falsas detecciones de misiles enemigos en las pantallas de radar de las superpotencias. Al principio las alertas ocurrieron una vez por año, pero más adelante los errores se verificaron cada seis meses, cada cuatro, cada tres, etc. Además, era creciente el «ruido» en la información que agregaba la proliferación de satélites y submarinos nucleares. De ese modo se llegaría a una situación de crisis en que el sistema de ataque se convertiría en ingobernable, y ello podía ocurrir hacia 1985. Por otra parte, habían verificado que la economía del Este mostraba una tendencia a la declinación agravada por la carrera armamentista y que eso llevaría, suponiendo que se eludiera el accidente nuclear, a decidir una salida que presentaba dos alternativas: o se exportaba el caos, o se tomaba la iniciativa del desarme. El eslabón más débil resultaba la Unión Soviética y solamente ella podía provocar un cambio en la cadena de los acontecimientos.

Interrumpí el relato de Puledda preguntándole si no pensaron, aquella noche de la confabulación, en que tales posibilidades habían sido antes consideradas por los soviéticos... Ya comenzaba a fastidiarme el infantilismo de todo el planteamiento porque el tema del accidente nuclear era comenta do hasta por la revista Times, y la crisis en la economía socialista era un secreto a voces. Me pareció que un problema tan complejo estaba fuera del alcance de unos improvisados de sobremesa. Y luego, aquello de hacer llegar un memorándum a las embajadas para que el Kremlin se «enterara» de obviedades y tomara medidas, tenia todo el sabor de una broma gastada al científico que suele salir a la calle olvidando los pantalones en su casa. Si, era evidente que unos intelectuales festivos (tal vez animados por los licores de alguna celebración), habían sugestionado al impresionable Puledda.-Es claro que todo el mundo conoce la cuestión del accidente y las dificultades económicas de la U.R.S.S., -dijo Puledda -pero lo que nadie parece advertir es que toda la civilización está enloqueciendo.- Si se refiere a que el crecimiento del armamentismo está motivado por la locura puedo estar de acuerdo en términos generales, pero en lo particular me parece que responde a los intereses del complejo militar-industrial de las grandes potencias, -respondí. Mi amigo me miró de soslayo y luego, en voz muy calma, me descerrajó toda una teoría que se refería a los grandes contextos de la locura de la civilización. Una patología que parecía avanzar desde el fondo de la historia, que se manifestaba en las grandes tensiones de los intereses económicos, que se desataba en las guerras, los genocidios y las persecuciones colectivas, y que aparentaba desaparecer luego de grandes sangrías. Esa locura, explicó, estaba en su cima y había suficiente potencial acumulado para una explosión definitiva. Naturalmente, tal descripción me pareció insuficiente. Por lo demás, ¿qué tenía que ver todo eso con el Informe?- Bien, lo que mis amigos han hecho llegar a las embajadas es una gran cantidad de información que se refiere a la sintomatología de esa pandemia, con el fin de motivar la investigación de los académicos disidentes. Esos señores tienen una gran influencia en la toma de decisión política y consideramos posible que de su círculo emerjan los representantes de un nuevo tipo de pensamiento capaz de dar respuesta a emergencias tan graves y tan originales. En cuanto a los procedimientos usados diré que si varias copias del memorándum puesto a circular a fines de 1980 fueron arrojadas al cesto, siempre quedó la posibilidad de que se conservara algún ejemplar en manos de los coleccionistas de curiosidades. Debo agregar que esos escritos comenzaron su tímida penetración por las delegaciones diplomáticas pero luego fueron repartidos en grandes cantidades haciéndolos llegar a Moscú a través de las vías más insólitas. Como Ud.comprende,la idea era que si los acontecimientos anunciados comenzaban a cumplirse con una cierta aproximación podía suceder que a alguien le picara la curiosidad. ¿Qué se hubiera perdido en el caso de que nada de eso ocurriera? Nada más que un poco de papel y un esfuerzo deportivo. En cuanto al Informe Tókarev, se inspiró en los temas del memorándum enviado pero siguiendo un tratamiento propio de la obra de ficción. Yo quise que a través del libro se abriera una puerta más a la difusión del documento. Creo que luego se refirió a las futuras explosiones en el Este y al viraje inminente de la U.R.S.S. que de ese modo lograría disipar el conflicto nuclear. También habló de la futura reacomodación política que afectaría a Europa y al resto del mundo como consecuencia del terremoto soviético... Me sentí desolado al escuchar semejantes profecías por boca de alguien formado en los patrones de las ciencias físico-matemáticas. No pregunté más y allí quedó la anécdota perdida en un triste otoño de 1984.

El 7 de Enero de 1989, asistí a un homenaje a Galileo en la Piazza di Santa Croce, en Firenze. El orador principal era Puledda. Antes de comenzar me abrazó y, en voz baja, repitió las palabras que había dicho en su laboratorio siete años atrás:«... cada uno hace campaña a su manera». De inmediato extrajo unos papeles y comenzó a disertar ante los micrófonos.

«Yo, Galileo Galilei, catedrático de matemáticas de la Universidad de Firenze, públicamente abjuro de mi doctrina que dice que el Sol es el centro del universo y no se mueve, y que la Tierra no es el centro del universo y sí se mueve. Con corazón sincero y no fingida fe, abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías antes mencionados, y cualquier otro error, herejía o secta contrarios a la Santa Iglesia... Este es el texto de la abjuración arrancada a Galileo, bajo amenaza de tortura, el 22 de Junio de 1633 por el Tribunal de la Inquisición. Galileo abjuró para no sufrir la suerte de Giordano Bruno, quien fue conducido a la hoguera con un madero dentro de su boca, para que no hablase, y quemado en el Campo dei Fiori en Roma, un día de invierno del año 1600...» Cuando Puledda mencionó la mordaza de Bruno lo note tan conmovido que pensé si acaso él mismo se sentía oprimido como para no poder explicar completamente su verdad. Pero más adelante dijo:«... los poderosos de la Tierra, comprendieron rápidamente que la Nueva Ciencia podía ser utilizada para alimentar su avidez. Así han producido “una progenie de gnomos con inventiva” (como los llamo Bertold Brecht), dispuesta a vender su ciencia para cualquier finalidad y a cualquier precio, cubriendo la Tierra con máquinas de muerte». Luego de media hora, concluyó:«...pedimos aquí, frente al edificio que guarda la tumba de Galileo, pedimos a todos los científicos del mundo que, finalmente, la ciencia se utilice para beneficio de la humanidad. Con la voz que hoy resuena en esta plaza lanzamos este llamado: que en todas las universidades, en todos los institutos de investigación se instituya un juramento, un voto solemne (análogo al de los médicos, creado por Hipócrates en los albores de Occidente) con el fin de utilizar la ciencia solo y exclusivamente para vencer el dolor y el sufrimiento, solo y exclusivamente para humanizar la Tierra». Fue una intervención conmovedora. Hubo aplausos, flores y flashes. Mucha gente se acercó a Puledda para felicitarlo. Entre tanto, vi como desde la multitud se aproximaban dos hombres que, finalmente, se presentaron al disertante y lo saludaron con afecto. Entonces comprendí que la Perestroika estaba entre nosotros. Luego supe que el memorándum había sido descartado por los burócratas de Brezhnev pero que a cambio logró llegar a las mejores manos, las manos de gente que trataba con desesperación de modificar el rumbo de los acontecimientos mundiales. Hoy en 1994, el libro de Puledda vuelve a tomar impulso y sospecho que será recibido en una atmósfera epocal distinta a la que campeaba en el momento en que fue escrito. Por mi parte, no podría decidir si la historia publicada en 1981 ha tenido alguna confirmación en los hechos extraordinarios ocurridos en la década de los '80. En todo caso, debo admitirlo, esta novela me impresiona ahora mucho más que cuando la leí por primera vez. Tal vez por esto y por los comentarios que hice públicos recientemente, se me haya pedido que la prologara para esta nueva edición. Yo he querido hacerlo comentando algunas circunstancias que explican más la personalidad del autor que al libro en sí. El lector sabrá comprender por qué he usado este recurso y, en definitiva, juzgará la obra por cuenta propia.

:J. Valinsky
15/02/1994

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